Torquato Fernández Miranda
Conocí a Torcuato Fernández-Miranda Hevia en el colegio Mayor Jiménez de Cisneros, no mucho después de ser construido y habitado en la Ciudad Universitaria de Madrid. Yo preparaba entonces el examen de las asignaturas del doctorado en Derecho y la tesis doctoral, que leí el 23 de Noviembre de 1.944.
Mi entrada en el Colegio fue imprevista. Alfredo Sánchez Bella, del que era amigo desde que nos conocimos en Valencia, al saber que estaba en Madrid, me invitó a trasladarme al Colegio, del que era Subdirector, y de hecho director, porque el titular, Pedro Rocamora, dedicado a otros menesteres, no vivía en el mismo.
Una parte corta de mi vida trascurrió en el mencionado colegio, que abandoné el día que cumpliendo 26 años contraje matrimonio en su capilla. Uno de los testigos fue Sánchez Bella.
Centrados en el tiempo y en el lugar, mi primer encuentro con Fernández-Miranda fue en el colegio. El ya era colegial. Fue en el comedor. Se proyectaba una película. En un momento determinado Sánchez Bella me presentó a Fernández-Miranda. Alfredo me dijo: “acabas de saludar a un hombre muy inteligente, y con un brillante porvenir”
Volvimos a encontrarnos mucho más tarde. Fue en Madrid, donde yo era ya notario por oposición, durante Octubre de 1.949 y Fernández Miranda ya había iniciado su carrera política.
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Siendo Fernández Miranda Director General de Enseñanza Universitaria, tuvimos que solicitar, tramitar y conseguir que fuera reconocido oficialmente el “Colegio Mayor Universitario Antonio Rivera, para universitarios trabajadores”, de cuyo patronato yo era presidente. La Orden ministerial por la que se dio a conocer el reconocimiento se publicó en el Boletín Oficial del Estado de 16 de Diciembre de 1.959.
Hago constar la fecha, porque el edificio para el Colegio en la Ciudad Universitaria, se inauguró el 12 de Enero de 1.957, y entre las autoridades que asistieron, presididas por el ministro de Educación Jesús Rubio y García-Mina, estaba Fernández-Miranda. Estuvo simplemente correcto, quizá no recordando que habíamos sido compañeros en el Jiménez de Cisneros.
Mis contactos más importantes con Torcuato se produjeron cuando era ministro Secretario General del Movimiento y luego Director del Banco de Crédito Local.
Ocupando el primero de dichos cargos, Fuerza Nueva convocó un acto-homenaje a Juan Jara, nacido en Talarrubias, (Badajoz), el primer falangista asesinado en Zalamea de la Serena, el 4 de diciembre de 1.933, es decir, antes de producirse la fusión de Falange con las JONS, cuando tuve que recurrir al almirante. Se proyectó el acto para el día 20 de febrero de 1.972. La Secretaría General del Movimiento, que ya nos había prohibido varios actos, entre ellos, uno en Albacete y otro en Cádiz, nos prohibía ahora el de Talarrubias, pueblo natal del asesinado.
Las vicisitudes de la prohibición las conocí a través de mi gran amigo, compañero de bachiller, y alférez provisional, Daniel Riesco Alonso, que era entonces gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Badajoz y que iba a intervenir conmigo en el acto de Talarrubias. Le había llamado el ministro secretario Torcuato Fernández-Miranda. Me lo contó en mi despacho de Fuerza Nueva, con lágrimas en los ojos. Antes había estado en la Secretaría General, donde el cambio de impresiones debió ser tan tenso, según me dijo, que tuvo que tomarse, al terminar, una pastilla que previese en infarto de corazón. Le indiqué a Riesco que no obstante la prohibición nosotros iríamos a Talarrubias.
Fuimos efectivamente. La Guardia Civil se desplegó para desviar los coches que se dirigían al lugar. No se nos permitía la entrada en el pueblo. Fuimos a La Jara, una finca próxima, ofrecida gentilmente por la familia Márquez de Prado. La Guardia Civil detenía los vehículos, tomaba nota de la matrícula y exigía la documentación a los ocupantes.
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Volví a encontrarme con Fernández Miranda el 20 de diciembre de 1.976, en uno de los pasillos del la Presidencia de Gobierno, en el Paseo de la Castellana. Acababa de producirse el asesinato del Almirante Carrero Blanco. El antiguo compañero de Colegio, era, además de Secretario General del Movimiento, vicepresidente del ejecutivo. En cuanto tuve conocimiento del brutal asesinato acudí a la Presidencia. Hablé con Torcuato, que salía de un despacho. Le acompañaba Mario Gamazo, Ministro Secretario de la Presidencia, con el que me había entrevistado la noche del día anterior. Le dije “que la situación era peligrosa, que podía temerse lo peor, y que dada las circunstancias, y no obstante nuestro desacuerdo con la política gubernamental, estábamos a sus órdenes”.
Es curioso y significativo que Fernández-Miranda, desde el importante cargo político que hemos mencionado, hubiera propugnado para España “un socialismo nacional integrador”.
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Cesado en dicho cargo, al nombrarse a Carlos Arias Presidente del Gobierno, pasó Torcuato a dirigir el Banco de Crédito Local. Allí tuve ocasión de visitarle. Me decidí a hacerle esta visita, luego de mantener una larga conversación con la viuda de Carrero Blanco, Carmen Pichot, que me llamó por teléfono para que fuese a verla en la mañana del 22 de Diciembre de 1.973. En el curso de la conversación, que fue para mí revelación de cosas que ponían de manifiesto lo que se estaba gestando en el interior del régimen, le pareció bien el homenaje póstumo que queríamos convocar en Fuerza Nueva en honor del almirante.
La pequeña historia de este homenaje merece un recuerdo más detallado y particular. Varias de las personas sugeridas por la viuda de don Luis, a las que visité, se negaron a participar en el mismo. Torcuato Fernández-Miranda, que a la sazón dirigía el Banco de Crédito Local, estimaba que el homenaje parecía correcto y necesario, pero que debía tener carácter institucional.
No es cierto, como escribe Torcuato Fernández-Miranda, que le telefoneara al Banco de Crédito Local. Fui a verle en persona. Sí estimó, como dice en su Diario (en parte reproducido por A.B.C. del 20 de noviembre de 1.983) que no le parecía “bien que la figura de Carrero Blanco fuera apropiada por Fuerza Nueva”.
Por ello, sin duda, “la honda satisfacción que para él suponía intervenir en un acto de homenaje a Carrero”, desaparecía si se trataba de “participar en un acto de Fuerza Nueva”, entendía Fernández-Miranda que “el homenaje no debía ser organizado por un grupo, sino que debía tener carácter general, y que debía organizarlo el Gobierno, “al menos, el Ministerio de Marina”.
Envié un escrito de rectificaciones al diario A.B.C., en el que, entre otras cosas manifestaba: “en ningún caso Fuerza Nueva trató de apropiarse de la figura de Carrero, sino de rendirle un homenaje que, como el propio señor Fernández-Miranda reconoce, le negaron tanto el Gobierno como las instituciones del Régimen”.
El homenaje póstumo se celebró en la sede de Fuerza Nueva el 20 de mayo de 1.974. El local se llenó, como se llenaron la escalera del edificio, el portal, y la calle. Fue retransmitido por un circuito cerrado de T.V. Personas muy destacadas políticamente, y entre ellos, algunos ex ministros y tres generales en activo. Fernández-Miranda no estuvo. La repercusión mediática fue enorme, y la campaña contra mí increíble, incluyendo la petición de una querella.
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El mayor y más conocido distanciamiento del que esto escribe con Fernández-Miranda se produjo, después de la muerte de Franco, cuando se debatió en las Cortes el proyecto de ley sobre la reforma política. Yo había presentado una enmienda a la totalidad, que fue registrada el 20 de Septiembre y que defendí en el pleno con que se iniciaba el debate, el 16 de Noviembre. A pesar de los aplausos, que me parecieron unánimes, el proyecto se aprobó por amplia mayoría.
Lo que importa destacar aquí es que Torcuato Fernández Miranda, que presidía la Cámara, era un decidido partidario de la reforma. Mantenía contacto personal con el Rey, y siguiendo las instrucciones de éste logró que se incluyera a Adolfo Suárez en la terna que debía presentar el Consejo del Reino al Jefe del Estado para la designación de Jefe del Gobierno. Por otra parte, Torcuato había hecho saber en varias declaraciones previas a la sesión, que la reforma política se haría “de la ley a la ley”: para enmascarar así que con la misma de lo que se trataba era de una ley nueva que derogaba los Principios fundamentales del Estado Nacional y ponía en vigor otra que los rechazaba, instaurando el Estado liberal de las autonomías políticas que está destruyendo a España.
Con estos antecedentes, al defender mi enmienda a la totalidad le pedí que bajase de la presidencia y ocupase, como congresista un escaño para oponerse a dicha enmienda. El presidente de la Cámara, en cuanto tal -le dije- no puede ser un defensor caracterizado de un proyecto de ley. Como diputado puede estar a favor del mismo, pero no como presidente de la Cámara. Fernández-Miranda, ni bajó a ocupar un escaño ni me contestó. La portada de A.B.C del día 17 de Noviembre hacía referencia gráfica de mi petición.
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Cuanto acabo de escribir, exige, para ser objetivo, la respuesta, que agradecí, de Torcuato Fernández-Miranda, a quienes exigían que no usáramos en Fuerza Nueva los símbolos del Movimiento Nacional. Mi antiguo compañero del Colegio Mayor, siendo Ministro Secretario dio la siguiente nota: “Todo participante del Movimiento puede usar banderas, emblemas y símbolos del mismo, siempre que lo haga con la dignidad que requieren, según previene el art. 3º de la Ley Orgánica del Movimiento y su Consejo Nacional”.