Misa de 2º aniversario de D. Blas Piñar.
De la unión de amor con Dios brotan las obras santas.
Al contemplar su vida prolongada y fecunda, dos necesidades brotan hoy de nuestros corazones: acción de gracias a Dios por haber conocido y haber disfrutado de la amistad de un católico español ejemplar y petición a Dios de la salvación eterna para él. Se traslada nuestra memoria, arrebatándose el corazón, a los pies del alcázar invicto, a sus laderas, donde acompañamos los despojos de quien nos dio ejemplo de invicta fe, hijo, esposo, padre, abuelo, bisabuelo, amigo leal, escritor prolífico, notario de profesión, político de vocación, suave en la caridad, amante de la poesía, de la belleza de Dios en las cosas creadas, donde se manifestaba su espíritu de contemplación activa; cómo no recordar el rincón de Dios y paraíso de su deleite como dijera del Carmelo santa Teresa, aquel jardín frondoso creado por Dios y acariciado por D. Blas en Cercedilla, cálido por la acogida de quien no tuvo más enemigos que los que quisieron serlo de él, sosegado por la paz, embellecido por el sacrificio.
Bien se pueden aplicar a aquel rincón de Dios los versos del místico:
“Mil gracias derramando, paso por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura”
Católico sin ficción ni fingimiento, participa de la victoria de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación. Él nos ha dicho en su ascensión: “voy a prepararos sitio para que donde esté yo estéis también vosotros” Y Él está sentado a la derecha del Padre y a esa derecha eterna queremos sentarnos nosotros. Siendo aquí de los de su derecha, lo seremos allá eternamente. Recuerdo una de sus últimas confesiones especialmente por su fe y contrición y su piedad sincera en la santa Misa, abstraído de lo criado y con la memoria en el criador, como diría san Juan de la Cruz: “Olvido de la criado, memoria del criador, atención a lo interior y estarse amando al amado”.
Con el paso del tiempo, la figura de los grandes, como es el caso de D. Blas, parece agrandarse más, y de ellos hemos de aprender cómo vivir para saber bien morir. Son perfectamente aplicables a su persona las palabras del apóstol: “He combatido bien mi combate, he llegado hasta la meta, he mantenido la fe… ahora me aguarda la corona merecida”.
Dios y la Patria, sus grandes amores y por este orden. Supo defender lo que Dios defiende, la verdad del Evangelio sin fisuras, compendiada en algunos puntos de lucha espiritual con amor, de sabiduría amante de la belleza de Dios.
En esta tarde evocadora y en esta iglesia histórica me gustaría descubrir algunas facetas poco estudiadas de nuestro querido D. Blas, de su personalidad poliédrica, de múltiples vertientes orientadas por entero hacia el amor a Dios y al prójimo, hacia la configuración con Jesucristo según su propia vocación:
1.- Vocación contemplativa al servicio de los demás:
Contemplación en el silencio del sagrario, en la adoración eucarística, ante todo en la Santa Misa, uniéndose al sacrificio de Jesucristo. Contemplación en las largas horas de silencio laborioso en el estudio de la sagrada Escritura, del Magisterio de la Iglesia y de la Teología, contemplación en nuestro beneficio de la cual son ejemplo sus valiosos libros, redactados al calor del corazón de Dios en el silencio de la soledad sonora de su despacho cargado de presencia de Dios.
Contemplar al Señor y dejarse contemplar por Él es el ejercicio fundamental que practicó; ejercicio de amor, de amar y de dejarse amar, de dejarse contemplar, de pasar por la vida haciendo el bien, poniendo en práctica el deseo del Santo del amor divino, San Juan de la Cruz cuando escribe en su cántico refiriéndose a Jesucristo:
“Cuando Tú me mirabas, su gracia en mí Tus ojos imprimía”.
En él, la vida contemplativa se manifestaba en su sensibilidad e interés hacia el sufrimiento ajeno, manifestado en su defensa de la vida, recordándonos que sin hijos, y sin el más escrupuloso respeto a la vida naciente, y a los enfermos no hay futuro, afirmando con la Iglesia que el aborto es el más abominable crimen… Sufría al ver cómo el número de abortos asciende y las autoridades de distintos signos, permanecen impasibles. Su voz, incluso desgastada al final de sus días, se unía a la de la Iglesia, voz de Cristo, coz crucificada y viva, voz de los indefensos.
2.- Orante que intercede por la Iglesia y por el mundo:
Supo dedicar tiempo al quehacer de la oración, sabiendo que, en la Iglesia, por el misterio de la comunión de los santos, lo que unos hacemos repercute en los demás miembros del cuerpo místico de Cristo. De esta verdad católica se sigue que la oración por los que se nos marchan, les otorga, por la misericordia de Dios, lo que ellos no se pueden dar a sí mismos. Es una obra de caridad la oración por los vivos y difuntos. En su rosario diario sabía ejercer la oración de intercesión por la Iglesia, por España, por el mundo, porque sabía que no son tiempos de tratar con Dios negocios de poca importancia.
Con oración silenciosa y acción tenaz, supo interceder por el matrimonio y la familia, a favor de los matrimonios verdaderos y de las familias unidas por el amor para educar integralmente a los hijos.
Intercedamos nosotros por el, para que sin color moreno de imperfección y purificado del todo con la mirada de misericordia de Dios, goce eternamente de su amor. San Juan de la Cruz escribe en clara alusión a la misericordia de Dios.
“No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste”.
Que su corazón, sensible al amor, tenga colmadas todas sus esperanzas gracias a la victoria de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte, como lo esperamos nosotros después de la noche de esta vida, y aprovechándola para dar testimonio de fe y de perseverancia hasta el final.
3.- Ejemplo de morir en el Señor:
Su vida estuvo acompasada por los sacramentos, teniendo muy a gala la intercesión de los santos y mártires de España, que forman un coro de sublime número. Son los que vienen de la gran tribulación, muchedumbre inmensa, a lo largo de la gloriosa historia de la Iglesia; han seguido a Cristo hasta el Calvario y hoy resplandecen como vendaval de gloria para la Iglesia.
Son declarados dichosos por san Juan en el Apocalipsis los que mueren en el Señor, porque sus obras los acompañan.
En la lectura del libro de la Sabiduría hemos escuchado cómo piensan aquellos a los que les ciega la maldad: “nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo y nadie se acordará de nuestras obras.” Así piensan los insensatos.
Pero nosotros sabemos que “la vida de los justos está en manos de Dios y no les tocará el tormento…porque quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos.” Nuestro consuelo radica en tener el nombre escrito en el corazón de Dios, aunque se borre de las calles y plazas lo que nos importa es tenerlo grabado a fuego en el libro de la vida. Así nuestros nombres, y nuestras efigies esculpidas en los pedestales de la gloria.
Es San Juan de la Cruz el que nos habla bellamente de la muerte al comentar el verso “rompe la tela de este dulce encuentro”:
“…la muerte de las semejantes almas siempre es más suave y dulce, más que les fue toda la vida; porque mueren con ímpetus y encuentros sabrosos de amor, como el cisne que canta más dulcemente cuando se muere. Que por eso dijo David (Sal.115,15) que la muerte de los justos es preciosa, porque allí van a entrar los ríos del amor del alma en la mar, y están allí tan anchos y represados, que parecen ya mares; juntándose allí lo primero y lo postrero, para acompañar al justo que va y parte a su reino, oyéndose las alabanzas de los fines de la tierra, que son gloria del justo.”
4.- Narrador de la belleza de Dios:
Supo hacerlo muy bien por medio de su dedicación literaria y espistolar; hablando de la belleza de Dios en la conciencia de las personas, procurando educarlas para que formando la inteligencia se conozca la verdad, la voluntad se oriente al bien, y la sensibilidad anhele la fuente de toda belleza, que es Dios.
En la carta de San Pablo a los corintios leemos: “lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno; si se destruye nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano de hombre y que tiene una duración eterna en los cielos.”
Supo también recordar la belleza de nuestra procedencia, de dónde venimos, nuestras raíces cristianas. Santa Teresa decía a sus monjas: “De esta casta venimos, de aquellos santos padres nuestros cuyo ejemplo procuramos imitar…” De esta estirpe de santos y mártires procedemos los católicos de España, cuyo ejemplo hemos de emular.
Con la belleza de su lenguaje español prístino, supo mantener la presencia católica en la vida pública, y no esconderse cual católico vergonzante, y participar, en ella, en orden a reclamar leyes justas, movido por la unidad en el amor cristiano.
Y ese es el equipaje que nos llevaremos; las obras del amor realizadas en esta vida con espíritu de fe y esperanza de vida eterna. Esta es la vida de quien ha pasado por el mundo haciendo el bien a ejemplo de Cristo y purificado por el sufrimiento, asociado a la pasión gloriosa del Señor y sabiendo que la resurrección es la consecuencia lógica de quien se ha dejado llevar por el amor de Dios, confiando en su misericordia.
Y no faltó en su vida la belleza de la cruz, pero él supo abrazarla a imitación de santa Teresa cuando escribe: “Oh Cruz, madero precioso, signo de gran majestad, pues siendo de despreciar, tomaste a Dios por esposo, a ti vengo muy gozoso, sin despreciar el quererte, esme muy gran gozo en verte.”
Y gran gozo le producía ver la cruz de los caídos, en cuelgamuros, preludio de gloria eterna, signo de martirio, amor y perdón; supo defender el signo de la cruz, de la victoria del bien sobre el mal, la cruz de Cristo, en los lugares públicos, en los hospitales como signo de salvación y consuelo y en las torres y fachadas de nuestros templos que son oración en piedra, y de los edificios civiles, en nuestras calles y plazas: Cruz de Cristo, signo del amor más grande, del sacrifico de Cristo, de la redención, de la unidad que solo puede producirse en el que murió en la cruz y contemplando el madero horizontal que nos abraza, y el vertical que nos une a Dios invitándonos a elevar al cielo nuestros ojos. Decía santa Teresa: “Poco durará la batalla, hermanos míos, y el fin es eterno”.
Pasada la noche y la sombra de este mundo, que nosotros podamos decir con San Juan de la Cruz:
Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado.
Que la alegría de la resurrección del Señor brille en nuestros ojos, la confianza abra todas las puertas a la luz de la Vida, la dicha resplandezca como el sol en nuestras almas; sea la paz la dicha de nuestra Patria y la unidad en la comunión de la Iglesia un sólido entramado de caridad. Viviendo en intimidad de amor con el Señor podremos decir con Santa Teresita al final de la vida: “No me arrepiento de haberme entregado al amor”. Y también viviremos con la confianza de la Beata Isabel de la Trinidad cuando dijo en su último instante: “Voy a la Luz, a la Vida, al Amor”.
Pidamos a la Virgen Santísima, reina de los mártires, que seamos nosotros testigos por la defensa de la verdad sin componendas. Amén.
Miguel Ángel de la Madre de Dios ocd