En defensa del español
Tema debatido el del español único o fragmentado en una proliferación de neo romances. La verdad es que el idioma -este idioma nuestro que mantiene la identidad del mundo hispánico- no se diferencia por desviaciones a partir de raíces comunes, sino por la incorporación de palabras que se importan o por la creación de vocablos nuevos para una misma idea. Trabajo obligado es el de evitar -la irrupción en masa, sin criba y, sobre todo, sin averiguar el vocablo hecho o por hacer en castellano legítimo, así como el alegre y disipado prurito de originalidad ofrecida al público sin marchamo serio.
Así, en algunos países americanos se utiliza «mezzanino» por -entresuelo, «penhouse» por ático y «usina» por fábrica.
El acuerdo sobre la palabra que es preciso utilizar por todos es necesario. A la señorita que a bordo del avión se ocupa de los -pasajeros, se la llama en inglés «stewardess» y así se la llama también en algunos países hispanoamericanos, entre nosotros la discusión inicial queda zanjada al popularizarse la expresión «azafata», Pero esta terminología no es general. Así, en Venezuela, azafata se traduce por «aeromoza» y en Colombia, por «carabinera».
De igual modo, mientras en España llamamos «jeep» al vehículo de motor y cuatro ruedas apto para caminos sin buena superficie de roda miento, en Colombia se le conoce con el nombre de «campero». Análogos problemas surgen con las palabras piso, apartamento, apartamiento y departamento; aparcar, parquear y estacionar, y coche, carro y máquina; no olvidando la transmutación del género: «la radio», en España, y «el radio», en Puerto Rico,
Todo proyecto de defensa del español en zonas donde ha dejado de ser idioma oficial (algunos países del Sur de los Estados Unidos y algunos archipiélagos de Oceanía), en naciones en las que su oficialidad es compartida (Nuevo Méjico con el inglés, y Filipinas con el inglés y el tagalo), allí donde el castellano se mantiene en formas arcaicas y como signo diferencial (colonias sefarditas) o en comarcas en que sigue siendo lengua de una minoría culta (zona norte del imperio marroquí), exige antes que nada un cierto grado de pureza del idioma en la comunidad geográfica y humana que lo tiene como suyo.
Limitando nuestro punto de vista a España, madre del castellano, esta exigencia, por el valor ejemplar de todo cuanto aquí acaece, es ineludible. El hispanoamericano que viene hasta nosotros espera encontrar aquí un tesón y una fidelidad a los valores hispánicos comunes que le devuelvan la fe y el entusiasmo ante tantas y tan poderosas invasiones, entre las cuales no es la menos importante la lingüística,
Y la verdad es que en España se ha producido últimamente una impregnación agresiva de vocablos ingleses por vía norteamericana. Aún — quedan los anuncios de Restorant y de Restaurant y algunos castellanizados de Restaurante, pero son los menos. Lo que abundan son advertencias de «No parking» y letreros escandalosos en sitios muy visibles para el forastero que llega a Madrid «Houses for rent»•
Si a eso añadimos «shaw» por espectáculo y cafeterías y establecimientos con nombres comerciales que recogen toda la gama geográfica, administrativa y política de los Estados Unidos, minutas de hoteles en inglés y películas por la televisión mal dobladas o llenas de anglicismos, tendremos que pensar seriamente en la pregunta temblorosa de Rubén:
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? ¿Y no hay, nobles ni hidalgos caballeros? ¿Callaremos ahora para llorar después?
Como español y como hispánico, como lo hiciera el mismo Rubén -en el Prefacio de «Cantos de vida y esperanza», yo quiero consignar -por escrito y en público mi protesta.