¿Qué fue el 18 de julio? – año 1996
artículo publicado en La Nación nº 226-227 de 1.996
A la distancia de sesenta años, la reflexión sobre un acontecimiento histórico decisivo como lo fue, sin duda, el 18 de julio de 1.936, es más ecuánime, serena y objetiva. La lógica pasión de aquel momento no puede eludirse, porque impactó, dejando una huella profunda, en quienes, con una u otra edad, y en uno y otro banco, lo vivimos. Pero el tiempo, para los que no olvidamos, perfila los hechos, descubre su origen, los valora y saca las debidas conclusiones.
Esta reflexión se hace tanto más necesaria cuanto con más interés sectario se pretende desfigurar el acontecimiento, cambiando arbitrariamente la realidad, y calificándola en función de consignas bastardas.
De aquí que el servicio a la verdad obligue a poner las cosas en su sitio, comenzando por la definición exacta y genuina de lo que fue el 18 de julio de 1.936, arrancando con indignación la costra con la que se ha querido envolverlo y depurándolo de la contaminación que se le ha querido inyectar.
El 18 de julio no fue un pronunciamiento militar -un golpe, como decimos ahora- en la línea de los que se produjeron en el siglo XIX. Ni siquiera tuvo parecido con el 13 de septiembre de 1.923, que, con anuencia y colaboración del monarca, trajo la Dictadura del general Primo de Rivera.
El 18 de julio no fue, tampoco, el comienzo en los campos de batalla de una lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, entre obreros y patronos, en defensa de sus reivindicaciones o de sus privilegios.
El 18 de julio no fue, de igual modo, un enfrentamiento de familias poderosas e influyentes, para la conquista y utilización monopolizadora del poder.
El 18 de julio no fue, una revuelta armada que enfrentó a republicanos y monárquicos para configurar, de acuerdo con sus convicciones, el Régimen político de España.
Ahora bien; deslindado el 18 de julio en la frontera de las negaciones, conviene que subrayemos ahora su contenido, porque en este contenido se halla su autenticidad, es decir, lo que hace del mismo la fecha más importante de la historia del Siglo XX.
El 18 de julio fue, gradualmente, desde el punto de visto bélico, alzamiento, guerra y cruzada, y desde el punto de vista social, raíz y savia para la construcción de un Estado, cuya doctrina arrancaba del pensamiento tradicional, del ímpetu revolucionario y restaurador de José Antonio y de las líneas maestras de «Acción española».
Alzamiento no solo militar sino civil, amparado y justificado por el derecho a la rebeldía contra un poder injusto, que perseguía la religión, destruía la patria y sojuzgaba al pueblo. Todas las exigencias que la moral exige avalaban la licitud de aquel alzamiento castrense que nació en el Llano Amarillo, pero que contó con fervorosas adhesiones populares desde su misma gestación.
Guerra, porque al no triunfar el Alzamiento en toda la Península y al movilizar el gobierno del Frente Popular a sus leales -incluyendo a los delincuentes puestos en libertad- para oponerse al mismo con las armas, aquel Alzamiento tuvo que convertirse en guerra durísima, que concluyó con la «Victoria nacional del primero de abril de 1.939. Pero guerra singular por la carga ideológica de los combatientes, y guerra civil universal, porque en función de esa ideología, un voluntariado extranjero se alistó para la lucha en ambas trincheras, y una oleada universal de ayudas morales llegó de formas muy diversas a quienes enarbolaban banderas antagónicas.
Cruzada, porque una guerra se convierte en Cruzada cuando se acude a la misma en defensa de la Fe y de la Patria, cuando como sucedió en la zona roja, ser católico equivalía a ser candidato para el martirio y proclamarse español una invitación para el «paseo».
Pero el 18 de julio, que no fue lo que los adversarios afirman, y que fue Alzamiento justificado, Guerra de liberación contra el comunismo y sus cómplices y Cruzada por el Altar y el Hogar, no llega a comprenderse de un modo completo, si, quedándonos con el deslinde y el contenido, no destacamos su meta definitiva, la construcción de un Estado nuevo.
La novedad, no teórica sino práctica, de ese Estado nuevo contó, para configurarlo, con energía bastante para rechazar las dos grandes concepciones materialistas del hombre y de la sociedad, a saber, la que se define políticamente marxista, económicamente colectivista y religiosamente atea, y la que, en apariencia diferente, se proclama liberal en política. Las consecuencias de una y otra postura con evidentes. Si la primera redujo a la esclavitud a muchos países, privados de pan y de libertad, la segunda corrompe con el libertinaje, desnacionaliza a los pueblos, aumenta el paro y somete a los súbditos a la tiranía de un poder financiero mundial.
El Estado nuevo, fruto del Alzamiento, de la Guerra de liberación y de la Cruzada, se definió políticamente como Estado al servicio del bien común, económicamente como promotor de la economía social de mercado y religiosamente de confesionalidad católica. El ordenamiento jurídico básico, los Principios del Movimiento Nacional y las leyes fundamentales, configuraron lo nacional y lo social desde la perspectiva de un hombre transcendente.
De aquí el fortalecimiento de la conciencia nacional con el anhelo de una España unida, grande y libre; el logro de una sociedad en convivencia pacífica y, por supuesto, más justa, con el propósito de que no hubiera ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan; la puesta en marcha de una política seria en todos los campos, desde la agricultura, la ganadería, la minería y el bosque ¡de que magnitud la repoblación forestal!, hasta la construcción de centenares de miles de viviendas protegidas , el despegue industrial, que en este orden hizo de España la novena potencia del mundo, el auge turístico, factor esencial compensatorio de nuestra balanza de pagos, la ampliación y mejora de la red viaria y de transportes de todo tipo, los trasvases de las cuencas hidrográficas, que permitieron la conservación de los regadíos y la transformación productiva de extensas zonas de secano, la desaparición del analfabetismo, la escasez de delincuencia, la reducción al mínimo de la tasa de paro, las escuelas de capacitación, las universidades laborales y la creación y difusión de la Seguridad social.
Del manantial copioso y fecundo del Alzamiento, de la Guerra de liberación y de la Cruzada surgió no solo un Estado nuevo, sino un español nuevo, despojado del complejo de inferioridad que le inculcó el liberalismo monárquico o republicano, pleno de energía vital para encararse con el futuro, orgulloso de ser y saberse español, y con elevados baremos de moralidad para la vida privada o pública.
Todo ello ha sido desmontado. Para ese desmonte se dieron cita el odio de unos, el resentimiento -motor de la Historia- de otros, y la ambición o la frivolidad de los demás. Las consecuencias dramáticas de la tarea demoledora son evidentes para España y para los españoles. Es verdad, aunque nos duela. Pero también es verdad que, ante el drama de hoy, la fecha y el acontecimiento histórico del 18 de julio de 1.936 se comprende mejor, se justifica con exceso y se contempla con mayor lucidez.
A quienes lo hicieron posible, a quienes derramaron su sangre en la contienda, a los héroes y a los mártires, a José Antonio, poeta y capitán de Juventudes, y a Francisco Franco, el Caudillo de la Guerra y de la paz, como español, emocionadamente, ¡Gracias!