ALMUERZO DE LOS ANTIGUOS COMBATIENTES DE LA I BANDERA DE CASTILLA Y EXLEGIONARIOS ITALIANOS – noviembre 1991
Valle de los Caídos, Madrid, 3 de noviembre de 1.991
Siempre es grato el reencuentro. Pero cuando el reencuentro se produce cada año y en el mismo lugar, y ese lugar -el Valle de los Caídos- tiene una elevada significación por lo que representa y por las cenizas que guarda, el recíproco y fraternal abrazo de los que acuden a la cita, tiene el doble valor de una amistad que se fortalece y de una fidelidad que se renueva.
Hoy, aquí, en este lugar sagrado, quienes fuisteis compañeros de armas en una de las guerras más justas de la Historia, os habéis congregado para rezar por los que dieron su vida en defensa de unos ideales, para dar fe de que esos ideales conservan su joven lozanía, para dar testimonio de que, a pesar de la desgana y del escepticismo que tratan de convertir en polvo cualquier fuego interior, aún quedan hombres y mujeres -italianos y españoles- dispuestos a enarbolarlos y a luchar por ellos.
El reencuentro nos permite, además, poner de relieve, a la altura de los últimos acontecimientos que parecían inimaginables, que la empresa que juntos acometisteis tenía su razón de ser, y que Italia, la Italia del fascismo y de Mussolini, la intuyó, sabiendo responder a la misma con el gesto bravo y gallardo de la solidaridad.
Si «fare degli italiani una nazione è l´impresa, forse, più ardua che si possa pensare è tentare», escribe Franco Servello, es indiscutible que el fascismo como «reazione a un clima di rinunzia» lo consiguió, al consolidar social y económicamente su casi recién estrenada unidad política, lacerada y gangrenada por el desorden, la pobreza y la emigración.
Pero el fascismo fue algo más que una fórmula de urgencia para la instauración o restauración del orden de puertas para dentro. El fascismo era -al margen de su aparato externo y de su indumentaria contingente- una doctrina, un haz de principios, cuya raíz se hincaba y entrañaba en el suelo cultural y espiritual de Europa; y esos principios se oponían viril y vitalmente a la cosmovisión materialista y antitea del comunismo, que, victorioso por el uso de la fuerza en Rusia, pretendía sofocarlos y enterrar así la civilización cristiana del continente.
La vivencia profunda de ese. haz de principios conllevó, por lógica, la apertura horizontal del fascismo, y con ella su atención y preocupación por los pueblos hermanos; y cuando uno de ellos, España -unida a Italia por tantos vínculos históricos-, estuvo seriamente amenazada por los comunistas, Mussolini envió a España un cuerpo de voluntarios en el que vosotros -italianos amigos- os alistasteis.
La guerra española de liberación -la Cruzada anticomunista por la Fe y por la Patria, por el Altar y el Hogar- fue no sólo un enfrentamiento -bélico, sino una confrontación ideológica y civil a escala universal. Cada país la hizo suya al dividirse por un desgarramiento interior, y cada hombre en la intimidad de su conciencia se enroló a un lado o a otro lado de la trinchera excavada en su mismo corazón.
La guerra de España sirvió, entre otras cosas, para conocer las posturas doctrinales en conflicto: frente al hombre, puro animal biológicamente desarrollado, el hombre como ser trascendente, hijo de Dios, y por Dios redimida; frente a la nación, fruto de un contrato, la nación fruto de un anhelo y de una voluntad fundacionales; frente a la sociedad atomizada en individuos, la saciedad jerárquicamente organizada; frente al Estado de derecha positiva con soberanía ilimitada, el Estado ético de derecho natural, -que la limita; frente a la ley como categoría de voluntad, la ley como ente de razón.
Hay años que pasan al ritmo silencioso del almanaque que se deshoja, pero hay otros que saltan del almanaque con un grito de dolor o de júbilo, más de setenta años después del triunfo con Lenin del marxismo bolchevique, el mundo reconoce la tragedia de un régimen tiránico que cometió el más grande de los genocidios, y al que sería necesario someter a un proceso mucho más justificado que el de Nuremberg.
Ahora bien, el reconocimiento explícito al que acabarnos de aludir no invalida una realidad tan espantosa como cruel: los Sistemas liberales han sido los fieles aliados del régimen y de los regímenes comunistas, y, por ello, a tales Sistemas hay que imputarles y acusarles, por su colaboracionismo, de complicidad y encubrimiento del drama, del drama español de 1.936 y del drama del Este europeo que comenzó en 1.945. Por el contrario, de complicidad, de encubrimiento y de colaboracionismo quedan libres los Sistemas y las naciones que trataron de impedir la decadencia de occidente, oponiendo al comunismo, en primer lugar, una mística, y acudiendo más tarde, -con las armas en la mano -y ahí está el ejemplo de nuestra División Azul- al frente oriental.
Vosotros, antiguos combatientes de la Primera Pancera de Castilla, vosotros, antiguos combatientes de las unidades de voluntarios de Italia, -respondisteis jubilosos a un llamamiento que se os hacía con dos invocaciones: la de nuestras Patrias que no querían presentar su dimisión en la Historia, y la de Europa, que no quería ser victimada por el comunismo destructor y sanguinario.
Cuando el proyecto Europa, a pesar de sus dificultades, continúa su penosa marcha, yo me permito recordar hoy, aquí y ante vosotros, que ese proyecto no cuajará sin el alma de aquellos principios que dieron contenido a nuestra Continente y que vosotros defendisteis hasta el heroísmo en la decisiva e inolvidable guerra de España.