Cataluña, Marca Hispánica
Demasiado atrevimiento quizá el mío al aceptar venir hasta vosotros para hablaros, con ocasión de vuestras grandes fiestas regionales. Y digo singular atrevimiento porque es preciso no detenerse en la envoltura de las cosas, sino, siguiendo las palabras evangélicas, «duc in altum», ir hacia dentro. Y cuando se trata de Cataluña, se corre el peligro, peligro evidente y notable, de detenerse en su rica y variada policromía.
Es tan múltiple y diversa Cataluña, tiene tal encanto su paisaje, son tales y de tal magnitud los hechos monumentales de su historia, que el espectador puede quedar sorprendido y cautivado por el atractivo externo y no conocer y amar el espíritu de aquel pueblo que fue configurado por el paisaje y que forjó y fraguó su propia historia.
Y, sin embargo, dos razones de excepcional relieve me impulsaron a este singular atrevimiento: de una parte, mi forma¬ción de jurista y, más concretamente, de civilista, que me ha llevado a familiarizarme desde el umbral mismo de la vida universitaria, hasta la cotidiana investigación y aplicación de la norma de Derecho foral y de otra, mi propia vocación inalterable por las tareas hispánicas.
En el cultivo de estas tareas hispánicas he llegado a la conclusión, como tantos catalanes, de que la conciencia nacional de España es fruto de un quehacer histórico colectivo, de tal manera, que cuando esta tarea colectiva se nubla, se difumina nuestra propia conciencia nacional, y es entonces, al desvanecerse y desaparecer la conciencia nacional, cuando un deseo imperioso de supervivencia nos compele a disgregarnos y a empequeñecer nuestras empresas, reduciendo su dimensión, antes universal, a pequeñas tareas aldeanas, diminutas y localistas.
En el proceso colectivo las fuerzas que la física estu¬dia no operan de modo similar: si a una fuerza centrífuga corres¬ponde un alejamiento y una disgregación del núcleo y a una fuerza centrípeta una corriente de aglutinamiento y cohesión, en aquel proceso colectivo la fuerza centrípeta produce reacciones insospechadas de recelo, reservas y prejuicios alentados por temores de absorción y de uniformidad; mientras que la fuerza centrifuga, que señala un camino exterior, una meta lejana por alcanzar, una misión trascendente que cumplir, no deja sitio para recelos y reservas, porque el esfuerzo que se demanda es tan considerable y gigantesco que la tarea domina, achica, y disuelve lo que separa, con un claro sentido de aportación, de integración y de unidad.
Le falta, pues, una dimensión importante al español que, queriendo darse a sí mismo las razones que abonan nuestro ser nacional, olvida el quehacer histórico, la diaria conversión y el tenaz dedicamiento a una tarea hispánica. De aquí que en la coyuntura actual de Europa, cuando surgen y se plantean las graves cuestiones que hoy nos preocupan, no pueden olvidar, aquellos que di¬rigen la vida del país, que siendo España un país europeo, su mi¬sión consiste en realizar una tarea en Europa, la tarea hispánica, en unión y entendimiento con las naciones fraternas de su estir-pe, y no en ligarse, subsumirse, languidecer y morir en la uniforme teoría europea. Y ello porque una tesis de función y no la doctrina del contrato da nacimiento a la conciencia nacional española.
Nadie como Rubén Darío, que públicamente se proclama «español de conciencia, obra y deseo», supo sentir y expresar mejor y con más bellas palabras, esta idea clara y fundamental en su balada “Al Rey Oscar»:
«Mientras el mundo aliente,
mientras la esfera gire,
mientras la onda cordial
alimente un ensueño,
mientras haya una viva pasión,
un noble empeño,
un buscado imposible,
una imposible hazaña,
una América oculta que hallar,
vivirá España».
De igual modo, Juan Maragall, uno de vuestros más insignes escritores, en catalán, en su lengua vernácula, en aquella en que, aún siendo el castellano vuestro idioma de relación, de¬cís las cosas íntimas, las que se sienten en el alma, exclamó re¬ciamente:
«Escolta Espanya la veu de un fill
que et parla en llengua no castellana Espanya, Espanya, retorna en tu
no sents meua veu atronadora
no entents aquesta llengua
que et parla entre perills».
Los peligros a que aludía el insigne escritor eran el de la uniformidad y el de la desunión, que se conjugan y resuelven con la fórmula y la mística de la unidad en el destino histórico de los hombres y de las tierras de España.
Pues bien, fue precisamente Cataluña la que “ab initio» recogió ese destino histórico. Acostumbrados a recitar la Historia de España con un criterio unilateral y simplista, olvidamos que fue allí, en el Pirineo oriental, donde nace una región de frontera, recuperada para el mundo cristiano. Del año 770 al 986, es decir, durante más de dos siglos, aquella región, unificada en torno al Condado de Barcelona, se conoce, al estilo germánico de la época, con el nombre de «Marca Hispánica». Su línea fronteriza, colocada primero entre Gerona y Barcelona, desciende más tarde en alas de la reconquista hasta la comarca del Penedés y tiene como meta, no lograda, el curso del Ebro y la sumisión de Tortosa.
Toda aquella extensión territorial dividida en condados y sujeta a los avatares y vicisitudes de una época dura y revuel¬ta, comparece y se delimita con la «Marca Hispánica». Hay aquí como un símbolo claro de esta idea clave de la misión: dos condados, el del Pallars y el de Ribagorza, que estuvieron libres de la invasión sarracena, es decir, que nunca fueron conquistados por fuerzas extrañas y que, por lo tanto, nunca fue preciso reconquistar, no entran ni constituyen la “Marca Hispánica”. Lo hispánico comienza, pues, con la Reconquista, con la redención con la liberación de lo que constituye después el contorno geográfico de España. Aquello que no es preciso reconquistar ni liberar, se hace hispánico por su aportación a la empresa común, por su incidencia en el afán colectivo, por su envoltura y mestizaje, de tal modo, que si replegado en sí mismo hubiera estado ausente de la aventura, jamás habría merecido el agua lustral de Hispania y el patroními¬co de hispánico.
Lo hispánico, en aquel entonces, se identifica y entra¬ña en lo catalán. La tarea española, que tuvo brotes en latitudes peninsulares distintas, tiene aquí fisonomía más dibujada. La em¬presa catalana tiene marchamo español y mientras en dichas latitudes nacen reinos con varias denominaciones, aquí se funda una re¬gión beligerante con el nombre significativo de la «Marca Hispánica», primer llar y campamento de la Hispanidad.
Cuando al servicio de esta Hispanidad, por América y Oceanía, hemos conversado con los hombres de nuestra estirpe y hemos contemplado la vastedad de las tierras a donde llego la impronta y el sello de España, nuestro recuerdo ha volado hacia las brumas del Canigó, y a las aguas tibias y azules del golfo de Rosas, porque allí, en el Ampurdán, en Cataluña la vieja, latió, por vez primera y bajo el signo de San Jorge, el corazón de la Hispanidad.