Majadahonda: Homenaje a Mota y Marín
Cruz, crucifixión, cruzada y cruzados. Estas cuatro palabras, bien significativas, conviene recordarlas aquí y ahora. Aquí, porque en este mismo lugar dieron su vida dos cruzados, Mota y Marín, combatiendo en una Cruzada por quien en una Cruz murió crucificado, para redimir a la Humanidad. Y ahora, porque acaba de cumplirse, anteayer, el setenta y cinco aniversario de la fecha en que ambos héroes nos dieron el testimonio vivo de su amor a Cristo.
Ante unos políticos pusilánimes, me atrevo a decir, también aquí y ahora, es decir, en este momento, donde se alza una cruz y un arco de triunfo, dos cosas: la primera, que la profunda crisis moral que padecemos es la causa de la crisis económica que nos arruina; y la segunda, que el cristiano pertenece a una Iglesia, que en su etapa temporal es peregrina, pero es, al mismo tiempo, militante. El cristianismo es cierto que no se impone a la fuerza, sino que se propone, evangelizando, y se le defiende cuando se le ataca. Es cierto que el mártir da testimonio de su fe, pero también lo da el que muere combatiendo por ella, como lo dieron Ion Mota y Vasile Marín.
De la historia de esta Iglesia, peregrina pero militante, dan testimonio las Cruzadas, las Ordenes religioso-militares, Fernando III El Santo y Santa Juana de Arco; los vandeanos en Francia y los cristeros en Méjico; las instituciones religiosas, como las que se denominan Legionarios de Cristo, Legión de María, Compañía de Jesús y Movimientos políticos como la Legión de San Miguel Arcángel, capitán de la Milicia de la Civitas Dei, que en Rumania encabezó Cornelio Zelea Codreanu, y a la que Mota y Marín pertenecieron.
Qué estimulante resulta recordar que ambos vinieron voluntariamente a España -punta de Europa- desde Rumania -país de frontera-, como la denominara Agustín de Foxá, a combatir «a la hueste diabólica que trataba -y sigue tratando por otros medios- de arrojar a Cristo del mundo»; y «cuando a la figura luminosa del Salvador se la hiere (como en el Cerro de los Ángeles quedó herida) con la bayoneta y se la ametralla», «entonces -escribía Ion Mota, para dar la razón de sus presencia en el frente- todos los hombres de cualquier nación que sean, tienen que alzarse en defensa de la Cruz».
Ocultar el carácter de Cruzada a la contienda española y reducirla a una pura guerra civil, entiendo que es tan grave, o más, que una memoria histórica falsa, que sólo puede inspirar el Padre de la mentira. Mota y Marín no vinieron a España y murieron en el frente para sumarse a una guerra civil, a la que eran ajenos, porque no eran españoles; vinieron como defensores de la Cruz, porque eran cristianos, porque querían una Europa de fe y de cultura cristianas, fiel a sus raíces.
En todas las guerras se lucha y se muere, pero sólo se les califica moralmente en función de por qué se lucha y se muere. Los que combatieron «por Dios y por España» fueron, a mi modo de ver, los que mejor personificaron al militante «mitad monje y mitad soldado», que quería José Antonio, y de los que Mota y Marín son arquetipos ejemplares