Teresa
Es un nombre tan bello el de Teresa, que uno no se cansa de repetirlo. Tres sílabas que se encadenan como una consecuencia propicia para el verso, como un estímulo a la contemplación. Quizá no sea la palabra en sí, su valor musical, lo que nos incita a meditarla, sino lo que asocia, lo que tiene de contenido, como designación.
Teresa es, para nosotros, los españoles, Teresa de Jesús. Nuestro sentido reverencial o respetuoso huye de los apellidos, para centrarse en el nombre. Cuando el nombre ampara a una figura excepcional, de las que calan hondo y dejan marcado su signo en la historia, basta pronunciarla para entendernos, para que la confusión acerca de la identidad no surja.
Hoy, 15 de octubre, el recuerdo de nuestra Teresa adquiere actualidad, porque en este día los católicos conmemoramos su definitiva transverberación, cuando herida de amores, entregó su alma al Esposo que buscó caminando entre las criaturas.
Teresa es patrona de la Sección Femenina, de ese puñado de mujeres españolas, que han sabido en silencio y con unción femenina, trabajar y crear en todos los rincones de la Patria; y es protectora de la Intendencia militar, sin duda porque ella, con su sentido castellano de la alegría, supo que Dios andaba entre los pucheros; y de los escritores que en la Santa tienen a un modelo inspirado en el que la pluma fue dócil al Espíritu.
Pero la significación de Teresa, de Santa Teresa, en la hora que vivimos ofrece un valor especial. Estamos en época de reforma y de renovación, y en los grandes ciclos históricos -como ocurre con los sueños- se repiten, con ligeras variantes, las situaciones y los pro¬blemas, y se hace necesario, para salir del atolladero, aplicar soluciones semejantes e incluso idénticas a las que en otras ocasiones dieron óptimo resultado.
A mi juicio, la gran diferencia entre la reforma y la reno¬vación operada en los tiempos de Teresa, se halla, como ahora, en que aquella se hizo fuera de la Iglesia y contra la Iglesia, alegando carismas que no podían ser auténticos desde el instante mismo en que los alegatos purificadores iban contra la estructura dada a su Iglesia por Cristo, mientras que la renovación fue operada desde dentro, retornando a las fuentes, cultivando el ascetismo, estimulando, con la clausura, la penitencia y la piedad, el encuentro de las almas con Dios.
Para las empresas del espíritu, para los «espirituales», de los que es paradigma Santa Teresa, sólo la gracia es fuerza que mueve y satura para iniciar el trabajo y continuar en la brecha. Nuestra Santa encontró, para su quehacer, dificultades sin cuento en la Iglesia y fuera de la Iglesia, pero los venció todos con ánimo andariego y voluntad irreprimible de victoria.
De sus escritos, dos resumen a mí entender, los ejes dia¬mantinos de su obra: «Las Moradas» y «Las Fundaciones». Aquellas tratan de la vía interior, de la subida del alma que se desprende de las criaturas y acaba refugiada en Dios, que le inunda e inhabita. Las segundas refieren el fruto activo y militante de esta operación de Dios en el alma.
Frente al quietismo, que constituye una herejía espiritual, que estanca y paraliza, el activismo, en el ángulo opuesto, no es, en el mejor de los casos, que un derroche estéril de energías naturales, que lejos de espiritualizar aturde y embota.
La Madre Teresa, como la siguen llamando sus hijos innumerables, supo entender y vivir un cristianismo auténtico, el único que produce la renovación individual sin la que no es posible la renovación comunitaria. En la séptima morada se desposó con Cristo y quedó transida y extasiada por el amor. En sus Fundaciones, por caminos peligrosos y ventas inmundas, demostró hasta la saciedad que a Dios se le ama con el esfuerzo de cada día.
El mundo cristiano vive aún bajo el signo de Teresa. Los «pa¬lomares de la Virgen», como Ella los designó, continúan en medio del bullicio trepidante, como refugios y pararrayos de una humanidad loca y enfe¬brecida, Y esos «palomares» siguen naciendo.
A pesar de todo, hay almas que sienten el toque de Dios y que responden a la llamada divina. En España y fuera de España, en países católicos y en naciones que aún no han recibido a manos llenas la semilla de la fe en todas las latitudes, nuevos conventos se levantan para el retiro y la oración.
En esas casas, desconocidas y pobres, donde reina la alegría y el amor, nosotros, los que luchamos en el siglo, ponemos nuestra esperanza.