18 de julio
Artículo publicado en «Fuerza Nueva», 15 de julio de 1967
La portada inicial, es decir, la del número uno de «Fuerza Nueva», encerraba, con sus vivos y atrayentes colores, un claro simbolismo. Se afirmaba en ella y sobre una hoja de almanaque correspondiente a esa jomada histórica: «Ni se pisa ni se rompe».
Tal afirmación gallarda, en un momento de blandenguería y entreguismo, al que se viste, naturalmente, con etiquetas y vocabularios muy diversos, continúa, por nuestra parte, en pie. Nada ni nadie podrá convencernos de que el futuro político y social de España necesita para ser pacífico y venturoso olvidar esa fecha, o, lo que es peor, destruir su profundo significado.
Romper el 18 de Julio equivaldría a disociar y contraponer, transformándolas, no ya en dispares, sino en antagónicas, a las fuerzas políticas que le hicieron posible, dándole su calor y aliento. A esta ruptura del 18 de Julio contribuye el esfuerzo cada día más patente para producir una solución de continuidad en el sistema, bien haciendo tabla rasa de cuanto hasta aquí fue construido y realizado con esfuerzo notable, bien tratando de manera descarada o encubierta de reponer las cosas en el caótico estado anterior al punto de partida, bien instalando en el pueblo, mediante la propaganda, una mentalidad política que da la impresión de que la victoria nacional de las armas ha sucedido la victoria enemiga en el campo de las ideas.
El valor ejemplar de una parte de la prensa en estos últimos meses ha sido, en este aspecto, casi nulo, pues mientras de una parte se ha alegado la fidelidad al 18 de Julio, de otra, ni los esquemas doctrinales que se han venido exponiendo, ni las colaboraciones que los han defendido, tienen, en el fondo, nada que ver con el haz de premisas que constituyen la carga ideológica de la fecha. En este sentido se alinean la convocatoria, sin veladuras, a la derecha o a la izquierda, cuando creíamos que tales conceptos de marcado perfil liberal estaban superados; el botafumeiro, en vaivén continuo para ensalzar a quienes estuvieron o están en el frente político contrario, y el silencio, ironía o menosprecio con que se viene tratando a quienes contribuyen o contribuyeron a liberar a España de sus males peores.
La ruptura del 18 de julio es la primera batalla que las fuerzas hostiles al mismo se han propuesto, por razones tácticas, para aplastarlo, como objetivo final; y necio ha de ser quien no obstante su buena intención, haga el juego a quienes van más allá de las rectificaciones que la tarea política lleva consigo, para purificarla, o para adaptarla a las exigencias variables de los tiempos y de la coyuntura.
Pero una cosa es el respeto que el 18 de julio nos merece y otras muy distintas, su monopolio o su estancamiento. Ambas tendencias, que también se acusan en nuestra realidad política, aun teniendo su arranque en esferas distintas a las que maneja de un modo directo la oposición, coadyuvan con esta en su labor de ruptura y aplastamiento de los principios que tuvieron encarnación en ese día temporalmente lejano, pero sustancialmente metido en la entraña del país.
La pancarta expuesta por algunos, cualquiera que sea el lugar que ocupen: «El movimiento soy yo», constituye uno de los más graves errores que se pudieran cometer, no sólo por lo que tiene de falta de vigor, y de petulancia, sino por los alejamientos que provoca, los disgustos que produce y la amarga desilusión que apunta en quienes acuden esperanzados a los llamamientos verbales y a las más amplias convocatorias, y luego, a la hora de la verdad, se sienten rechazados y, lo que es peor, denigrados y escarnecidos, sin demasiadas posibilidades para exponer y argüir sobre sus puntos de vista, a los que una concurrencia autorizada de pareceres, parecía dar cauce y salida, incluso con el solemne marchamo constitucional.
El estancamiento en el pasado, la pura contemplación narcisista del 18 de Julio, constituye, a nuestro juicio, otro error que es preciso evitar con urgencia, aunque no sea sino como fidelidad a su dinámica interna. Parafraseando la auténtica interpretación de la doctrina conciliar, reiteradamente hecha por el Pontífice, podríamos decir que el quehacer político español, ni puede anclarse en aquella fecha, ni puede destruirla. Nuestro quehacer político debe guiarse, en su marcha, por la idea de continuidad, desarrollo, explicitación, mejora y perfeccionamiento. La época pendular de España debe afirmarse que terminó el 18 de Julio y, por ello, que todo lo que sea preciso emprender, modificar o construir desde entonces y hacia delante, debe estar bajo su luz irreversible y su mandato irrevocable.
«Fuerza Nueva», pese a todos los calificativos que ha cosechado durante su breve existencia, y a las interpretaciones de toda índole de que ha sido objeto, se atendrá en su conducta a la línea fundamental de pensamiento que se acaba de exponer. En ningún caso y bajo ningún pretexto aceptará una función retrospectiva e inmóvil del 18 de Julio. Pero en ningún caso y bajo ningún pretexto colaborará en la tarea antinacional y poco elegante de adulterarlo. Como el destino del manantial no es atesorar su agua y dejarla infecunda, sino saciar la sed, recrear la vista, embellecer el paisaje y animar la tierra, así, del mismo modo, cuanto el país afloró de su vena más heroica el 18 de Julio, debe ser algo transitivo, filosofía política, operante en nuestras minorías rectoras y en el pueblo que las sigue y secunda, savia vigorosa del sistema que de allí toma su vitalidad permanente.
Si nuestro semanario, en repetidas ocasiones, ha traído a la contemplación de quienes le siguen una visión inmediata del 18 de Julio, para oponerse a la maniobra de quienes quisieran olvidarlo, romperlo y aplastarlo, no ha dejado tampoco, ni dejará en lo sucesivo de exponer su punto de vista, arrancando del contenido ideológico y de la tensión vital de esa fecha memorable sobre el acontecer de cada día y sobre el modo y manera de seguir siendo actúales sin que dejemos de ser nosotros mismos.