SUFRAGIOS POR LOS CAÍDOS DE LA PROVINCIA DE TOLEDO
Valle de los Caídos, 19 de abril de 1.968
Excelencias, toledanos y paisanos, por consiguiente:
Habéis visto cómo se clava y se hunde la semilla, apretada por la mano, en la tierra madre. Así está la provincia de Toledo, hincada y profundizada en el interior de la geografía de la Patria.
Habéis visto también como el fruto sazonado, herido por la navaja, desborda su pulpa llena de vida. Así estuvo Toledo, la provincia de Toledo, partida, como un símbolo de la España partida, como un símbolo de la Europa partida de hoy y como un símbolo del mundo partido de los tiempos actuales.
Y Toledo, la provincia de Toledo, como esa semilla ahincada en lo profundo de la geografía de la Patria, como ese fruto sazonado y herido que desborda su pulpa llena de vida, entregó su sangre generosa y sobreabundante para que la Patria, en trance de muerte, pudiera sobrevivir o resucitar.
Hoy hemos venido aquí en cumplimiento desuna promesa sagrada para tres cosas fundamentales: en primer término, para recordar; en segundo término, para orar y en tercer término para hacer un examen colectivo de conciencia, una reflexión sobre nosotros mismos, sobre nuestra conducta y sobre nuestro comportamiento frente a las exigencias que esa sangre derramada por nuestros hermanos y por nuestros mayores, nos exige.
Hemos venido aquí, a este lugar sagrado que guarda y cobija las cenizas de los muertos en la Cruzada, a recordar; porque sería un crimen y una tremenda profanación moral, mucho más grave que la mera profanación física, olvidar a los muertos y su legado de sangre.
Hemos venido a encomendar, porque a fuer de cristianos sabemos todo el valor que tienen nuestros sacrificios y nuestras oraciones por medio de Cristo cerca del Padre, para la eterna felicidad de sus almas.
Pero hemos venido a algo más. No hemos venido a repetir un acto puramente rememorativo y conmemorativo de cara al pasado. Esto sería demasiado poco. Esto sería casi un crimen en esta hora de incertidumbre y de confusión en el país.
Hemos venido a recordar y a encomendar, pero hemos venido sobre todo y ante todo a este lugar, sagrado, a reflexionar sobre nosotros mismos, a hacer un examen colectivo de conciencia, para ver si es necesario o no rectificar y modificar nuestras conductas, cara al presente y cara al futuro de nuestra Patria. Y precisamente lo hacemos cuando se está poniendo en tela de juicio, en órganos de opinión consentidos por nuestra pereza, el valor heroico de nuestra Cruzada, cuando se quiere borrar del recuerdo, de nuestros hijos y hasta de nuestra propia conciencia, con un auténtico lavado de cerebro, todo el esfuerzo y el sacrificio de una de las mejores generaciones españolas para que España encontrase con la victoria y con la paz, el camino de su grandeza.
Pues bien; en este Valle de los Caídos, a fuer de toledano, de español y de Consejero del Movimiento, yo os invito a vosotros, mujeres y hombres de mi Provincia, a vosotros muchachas y muchachos de la nueva generación, cachorros de estos leones de Castilla que supieron luchar y que supieron morir, a que hagáis una afirmación total y rotunda de fe en la Cruzada, en el Movimiento y en la Patria, y en cuanto representaron los que aquí yacen, y aguardan, reducidos a cenizas, a que el aliento vivificante del Espíritu les eleve en la jornada triunfal de la resurrección de la carne.
Precisamente ahora tenemos que recordar y afirmar, frente a quienes enturbian el ambiente con propagandas llenas de odio y de espíritu de revancha, que España tuvo que levantarse para conservar su propio ser nacional, que aquello no fue una guerra civil o un pronunciamiento castrense, que fue una Cruzada, como dijo el Cardenal Gomá, ese Cardenal ilustre e inolvidable con el cual Toledo y España tienen una deuda de honor y de sangre que aún no han cumplido.
Los muertos por Dios y por España que se cobijan en este sagrado Valle de los Caídos; los muertos por Dios y por España: Los del Alcázar de Toledo, en aquella resistencia épica y singular; los mártires de Toledo, que cayeron asesinados en la capital y en la Provincia, sacerdotes y seglares, hombres y mujeres, ancianos y niños, víctimas de la vesania roja; esos muchachos que cayeron en las trincheras del Ejército Nacional, cayeron por Dios y por la Patria y nada más que por Dios y por la Patria. Ellos, en frase de Pío XI, fueron auténticos mártires de Cristo. Ellos, según nuestro Episcopado, derramaron su sangre como no la derramó ningún pueblo de la historia, sin que hubiese una sola deserción, sin que hubiese un solo sacerdote, religioso, hombre o mujer, que renegase ante el sacrificio de la vida, de su fe en Cristo y de su fe en la Patria.
Ante estos muertos, nosotros venimos a hacer una reflexión, un examen colectivo de conciencia en vísperas de una jornada que también hemos de recordar: la de mañana, festividad de la Unificación. La unificación política de los españoles que quizá mañana no se conmemore ya, porque desde las alturas quiere ignorarse esa conmemoración política, la vamos a conmemorar nosotros en esta vigilia, como pueblo auténtico, más allá de unas estructuras oficiales que a veces traicionan al movimiento político y a la sangre de nuestros mayores. Esta unificación, amigos, no fue conseguida por la letra fácil, que muere, de un decreto o de una disposición legal. Esa unificación política y caliente de los españoles, se hizo abrazándose requetés y falangistas, y quienes eran españoles a secas, que ya es bastante, que es mucho, en las trincheras de España, combatiendo con los nacionales, o en las checas, o en los campos, o en las carreteras, o en los cementerios de la zona sometida a la horda marxista.
Ahí tenéis ese recuerdo que siempre os emocionará, esa lección que siempre llenará de entusiasmo vuestro espíritu, del muchacho falangista de quince años, que recordaba Miquelarena, y del requeté hombretón maduro que marchan juntos al frente a ganar la victoria y con ella, el futuro y la grandeza de la Patria:
Yo soy -decía el muchacho de la camisa azul y del gorro con borla y flechas doradas- yo soy, el pecho más joven del más joven de los camaradas de José Antonio, ¿y tú?, le decía a aquel hombre maduro y valiente, tocado con su boina roja. Yo me llamo José María Hernandorena, hijo de carlistas y nieto de carlistas y biznieto de carlistas. Y si te matan, ¿a quién he de decirlo? Díselo a José María Hernandorena, sesenta y cinco años, Tercio de Montejurra. ¿Y si no está? Entonces díselo a José María Hernandorena, quince años, Tercio de Montejurra. El falangista de los quince años, el más joven corazón del más joven de los camaradas de José Antonio, enterrado aquí en el Valle de los Caídos, en el corazón de España, como está Toledo enterrado en la geografía de la Patria, presentaba su pecho valiente a los fusiles enemigos: ¿Quién quiere este corazón joven del más joven de los camaradas de José Antonio? Y cuando siente su corazón herido, no prorrumpe en una frase de odio: «¡El premio para ese caballero que lucha en las trincheras de enfrente! Y cuando amaneció en nácar la tierra, abrazados estaban el muchacho de quince años, el más joven camarada de José Antonio, con José María Hernandorena, hijo de carlistas, nieto de carlistas y biznieto de carlistas.
Esta es, señores, la sagrada unidad política de España que nosotros, toledanos, no queremos ni consentimos que nadie rompa por siempre jamás.
Examen colectivo de conciencia porque hoy, cuando se conmemoran al cabo de tantos años, aquellas fechas cargadas de horror y de gloria, vuelve a ponerse en trance, en litigio y en discusión sobre el tapete las ideas que estos hombres y nosotros con ellos defendimos.
Hay quienes alegan que ellos, en suma, no vivieron aquellas jornadas de horror y de gloria y que, por lo mismo, no se sienten comunitarios, partícipes y solidarios de ella, Pero a estos esquemas disolventes o slogans publicitarios, con que intentan el lavado político y cerebral de los españoles, tantos como se esconden detrás de trincheras, que nosotros consentimos y toleramos por nuestra pereza y nuestra tibieza, podemos decir y contraargumentar. En primer término, que la historia de un pueblo no es la página de un día, como la historia o la biografía personal de un hombre no es lo que hace en cada jornada. ¡Ah! si los hombres y los pueblos no tuviesen memoria. Los hombres sin memoria, los que padecen amnesia hay que retirarlos de la circulación en centros para anormales o subnormales, y sujetarlos a la tutela y al cuidado de otros mayores y expertos en la materia. Los pueblos que pierden la memoria son arlequines que manejan las fuerzas ocultas, el capitalismo imperialista que rige el mundo, o el comunismo y el marxismo que tratan de sacudir los cimientos de nuestra Patria,
Por eso, toledanos y españoles, es pueril el argumento de que las generaciones jóvenes no vivieron la historia de la Cruzada para tratar de desconocerla, porque yo tampoco, ni vosotros, vivimos la unidad de España cuando se desposaron Isabel y Fernando y sentimos a España en la carne y en la sangre de nuestro espíritu. Nosotros tampoco nos embarcamos con Pizarro ni con Hernán Cortés para la gran aventura de las Américas, y, sin embargo, sentimos la gran dimensión americana de España como un ingrediente sustantivo de nuestra conciencia y de nuestro ser nacional. Ni vosotros ni yo participamos en el levanta miento del pueblo y del Ejército contra la invasión napoleónica, y sentimos la Guerra de la Independencia como una guerra nuestra, que pertenece a la entraña histórica de nuestra Patria.
Si cada pueblo tuviese que vivir en cada generación la totalidad de su historia, la historia sería una página y no un libro en el que ponen su honor y su sangre todos y cada uno de los hombres que forman parte de un pueblo, las generaciones que tienen y sienten la unidad de futuro y la vocación universal de destino, como decía José Antonio refiriéndose a España.
He aquí por qué ese argumento no vale. Pero no vale tampoco porque las razones de la España de entonces son hoy razones planteadas a escala universal. El problema de España no era un problema civil entre españoles, sino una lucha ideológica en la que España, el primer país del mundo que venció al comunismo en su tierra, no ha sido perdonado por los que sufrieron la derrota.
Por ello, el enemigo que no ha olvidado ni ha perdonado su derrota, que no puede por esencia olvidar ni perdonar su derrota, sigue recordando los episodios de una Cruzada que a algunos de los nuestros parece avergonzar.
Hace unos años, la propaganda comunista en el mundo hablaba, con respecto a nuestro país, de unas jornadas de paz y de reconciliación nacional. Hoy no. Hoy, cuando han logrado por la cobardía de unos, la pereza de otros y la traición de algunos, entrar en la Iglesia y entrar en la Universidad, lo que se esgrimen son las escenas de la Cruzada, pero vistas desde la otra parte: es la venganza contra los generales traidores -según dicen- que se levantaron contra la Patria; son sus victorias hipotéticas en Brunete, en Belchite, en el Ebro o en Guadalajara; son los gritos actuales de Ho-Chi-Min, Mao-Tse-Tung y Che Guevara, los que se alzan en la Universidad mientras se queman banderas de la Patria. Y yo, toledanos, a vosotros, hombres de la Cruzada, militares y civiles, hombres y mujeres, dignos herederos de nuestros héroes y de nuestros mártires, os pregunto, ¿es que va a confundirse nuestra lealtad con nuestra complicidad? ¿Es que vamos a tolerar, a ser testigos presenciales del desquiciamiento y el desmoronamiento de la Patria que hicimos con trabajo, sacrifico, muerte, dolor y esfuerzo?
Yo os convoco a este reexamen de vuestra lealtad, porque mientras un falso concepto de la lealtad nos mantiene inmóviles, inactivos, confusos, indignados y hasta desmoralizados, el enemigo se aprovecha de este falso concepto de nuestra lealtad para atacarnos y para infiltrarse, hasta el punto de que a veces ya no se sabe si el Referéndum lo ganamos lo ganamos nosotros o lo ganaron ellos, si el día 1 de abril es la fecha de la Victoria de España o es la fecha silenciada de la derrota de los auténticos españoles.
Yo os convoco en esta hora angustiosa y difícil y de confusión, a que reclaméis de vuestro corazón, lozanía y entusiasmo para la lucha, a que salgáis de aquí, no como familias enlutadas que recuerdan a los muertos, sino como familias gozosas que se han cargado de júbilo interior y están dispuestas a reaccionar, a unirse, a organizarse en los postulados inderogables de esa España unificada y nuestra, de esa España permanente y eterna, de esa España de la Falange y de los Requetés, de esa España del Ejército y del pueblo, de esa España de los héroes y de los Mártires, de esa España nuestra, que no estamos decididos a que nadie la rapte sin que antes haya de combatir como los cachorros de los leones de Castilla, centinelas y legionarios del espíritu nacional.
No son mis palabras, fijaos bien, palabras fáciles de una arenga ante estos muros donde la imaginación fácilmente puede inspirarse. Son palabras fruto de una auténtica, seria, larga y meditada reflexión de un español a secas, que quiere recoger ese torrente de gloria y de Patria que ellos forjaron con su sacrificio.
¡Toledanos! Aquí reunidos en esta tierra sagrada donde se cobijan las cenizas y el espíritu de nuestros muertos, vamos a prometer lealtad a cuanto ellos demandan y exigen de nosotros en esta hora incierta de Europa y del Mundo. Lealtad a cuanto Francisco Franco simboliza como soldado y gobernante en la guerra, en la victoria y en la paz. Pero también lealtad para oponernos a cuanto desde dentro o desde fuera se oponga a que el franquismo continúe más allá de la vida de Francisco Franco.
Nosotros juramos aquí lealtad a la España nuestra, que está más allá de vosotros y de mí; más allá de los hijos de nuestros hijos; lealtad a la España de siempre, lealtad a la antorcha de vida y de espíritu que hemos de entregar, una generación a otra, sin avergonzarnos de nuestra Historia y de nuestro pasado, sin dejar en eclipse nebuloso el 18 de Julio o convertir el 1 de abril en una pura fiesta militar en la que el pueblo apenas participa.
Nosotros os pedimos, yo os pido como toledano, como español, como Consejero Nacional del Movimiento, como hombre que está vinculado por tantos lazos a Toledo y a su Provincia, que levantéis, el espíritu, que hagáis un acto colectivo de fe, que os dispongáis a la lucha, que no toleréis, ni siquiera con el gesto, que se haga mofa de la Cruzada, o que os llamen celtíberos bárbaros que luchasteis en una guerra fratricida e incivil, cuando fuisteis en realidad los adelantados de Europa, y a la vez, la última guardia de Europa, de la Europa cristiana que sólo puede subsistir con heroísmo y virilidad, fiel al Evangelio, como vosotros lo hicisteis y lo seguiréis haciendo al servicio incansable de España Una, Grande y libre.
Por esa España, toledanos y españoles, gritad y contestadme:
¡Caídos de Toledo, por Dios y por España! PRESENTES.
¡Viva Francisco Franco! VIVA.
¡Viva el Movimiento Nacional! VIVA
¡Viva España! VIVA.
¡Arriba España! ARRIBA.
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