
ACTOS CONMEMORATIVOS DE LA RENOVACIÓN DE LAS BANDERAS HISPÁNICAS ENLA BASÍLICA DEL PILAR
Universidad de Zaragoza. 29 de noviembre de 1.958
Excmos. y Rvdmos. Sres.; Excmos. e Ilmos. Sres., Señoras y Señores:
Venir a Zaragoza, en un día como el presente, cuando la ciudad toda levanta su corazón y se llena de júbilo al sentirse escenario y también protagonista de un gran suceso, es un don sin par de la Providencia, que agradecemos desde lo más hondo de nuestra alma.
El acontecimiento que hoy nos reúne y congrega tiene por objeto renovar, con toda la simbología de la ofrenda de unos pabellones nacionales, 1a existencia de una comunidad de pueblos cuya alma colectiva está signada por obra de María, medianera de todas las gracias, con las tres virtudes teologales: la Fe en un mismo Dios y en su Hijo encarnado para redimir a los hombres; la Esperanza en una Patria que El conquistó con su victoria sobre la muerte y sobre el pecado; la Caridad que nos une en el Padre y nos hace hermanos por el amor del Espíritu.
Todo lo demás, todas las consecuencias temporales y, por ello mismo, de orden cultural y económico, arrancan y proceden de esta unidad superior que anima el conjunto y le imprime carácter.
Pues bien, para afirmar esta idea y anclarla de un modo más profundo nos hemos dado cita en Zaragoza, la ciudad de los mártires y de los Sitios, la que, llena de tradición y de historia, no pierde el ritmo ni el pulso de los tiempos; la que irradiando energía y espíritu de empresa, dirige la puesta a punto del reino de Aragón, transformando los Monegros de estepa en regadío; tomando el agua indómita y salvaje y encauzándola en el rigor de las turbinas; edificando pueblos donde la gente reza, trabaja y sonríe; levantando chimeneas, fábricas y talleres, donde el ruido de las maquinas pone compás a la creación dinámica e impetuosa de la riqueza. Mas todo ello sin romper con el pasado, sin incurrir en el error trágico e irremediable de olvidar aquello que constituye la médula de nuestro ser nacional, sin entregarse a la ideología fascinante del momento.
Hace un año, en Sos del Rey Católico, y gracias al empuje y al entusiasmo de vuestro Gobernador Civil, el Palacio de Sada, reconstruido, era un exponente del amor de vuestra tierra por el pasado. Allí, al cerrar y clausurar para siempre la negra leyenda fernandina, entre sus calles románicas, el pueblo de Aragón profesaba otra vez la unidad de España, unidad de sus hombres y sus tierras como la han querido todos los que, en serio, han sabido amar y servir a nuestra Patria.
Pero de igual modo que al hallar a la persona amada que nos espera, el abrazo precede a la conversación y los recuerdos afectivos de ayer se precipitan y abalanzan y es preciso darles suelta y camino para entrar más tarde en el rigor de los negocios concretos que aconsejan nuestra visita, así también al encontrarme con Zaragoza, permitidme que antes de hablar del tema que nos convoca, de cauce a mi recuerdo de 1.940, cuando, como un peregrino más de la postguerra, y formando parte de aquella legión de jóvenes católicos, vine a Zaragoza para dar gracias a la Virgen por el triunfo de la Cruzada. Era una noche tibia, con olor a bienaventuranza. Veníamos a miles, por diócesis, con las banderas desplegadas a la brisa. A uno y otro lado de la calle, el pueblo, este pueblo único que canta la Salve y la jota. En el cruce de las avenidas, un altar. Al día siguiente oímos misa de campaña, llegó el instante de la Consagración y Don Santos, que nos hablaba, dijo esto: «¡Dios está aquí! ¡Ah!, pero Dios estaba aquí, en Zaragoza, por el milagro de la Eucaristía, gracias a aquellos combatientes y a los mutilados y a los muertos en la campaña y gracias, sobre todo, a María, porque como luego nos habría de decir Manolo Aparici, ocurrió que pedimos a María que intercediera por España y María, oyéndonos, alzó sus brazos en oración y el Espíritu, al caer sobre nosotros, nos trajo la Victoria.
Dios estaba allí gracias a María. Al contemplar desde la altura de 1.958 aquel espectáculo juvenil y combatiente de 1.940 y ver cómo el cristianismo temeroso, contemporizador y vergonzante termina por ser aniquilado, suprimido y aherrojado por el comunismo ateo, nos ahincamos en las razones profundas de la Cruzada española y nos permitimos el lujo de salir por tierras extrañas y preguntar, sin soberbia, pero con gallardía, a muchos hermanos en la fe que despreciaron el esfuerzo heroico de la Cristiandad hispánica, si todavía, con loa ojos cegados por los prejuicios, están dispuestos a despreciar y a escupir la sangre de nuestros muertos.
Pero hoy es Santa María de las Banderas. Y os diré, aunque el hilo comience muy lejos, la razón de esta jornada memorable.
¡Aquella madrugada del 2de enero del año 40!
Dice el Evangelio de San Juan, que Jesús, crucificado, miró después al discípulo diciéndole; «Ecce Mater tua». Y el evangelista, de su cuenta, añade: «Et ex illa hora accepit eam discipulus in sua” y desde aquel punto la tuvo consigo en su casa.
María, en el año 40,después de la Ascensión y en espera de la Asunción, vivía con Juan y Juan, aquella noche, venía cansado. Necesitaba de su consuelo y de su ayuda. Orar con Ella, con las palabras de Ella, para pedir por ellos, por las mieses a punto de segar y por el grano esparcido durante el día. No salió a abrirle, como era costumbre. La buscó. No estaba. ¿Recordáis el dolor de María al regreso de Jerusalén cuando se da cuenta de que su Hijo no estaba ni con Ella ni con su esposo? Pensad, entonces, en el dolor de Juan al advertir la ausencia de María. Se recriminó de descuido y de desaire. ¿Cómo había cumplido con el encargo del Señor? Juan lloraba, pero sus ojos se enjugaron y se alegraron al verla de nuevo, con aquella paz y aquella sonrisa, paz y sonrisa sobre un rostro puro y bello de mujer.
Cuando María preguntó a Jesús como había obrado así, quedándose en el templo con los Doctores, Jesús le contestó que había de cuidar de los asuntos de su Padre. Pues bien, del mismo modo, cuando Juan, filialmente, reprochara a la Señora aquella ausencia, estoy seguro que la Madre le diría que también Ella tenía que ocuparse de la Iglesia, y que la Iglesia no era ya, en el año 40, la pequeña grey desgajada de la Sinagoga; que las cortinas del templo, hechas girones en la alborada de la Resurrección, habían abierto a la humanidad el dulce mensaje de su Hijo; y que Santiago el Mayor, hermano de Juan, había orado y pedido su asistencia desde lejos, desde la ribera de un río de los confines de Europa; y que Ella, aupada por los ángeles, había llegado hasta allí para alentarle, porque Hispania -que era el nombre de ese país lejano- sería raíz y comienzo de la más grande y numerosa cristiandad de la tierra; que ese país era ya suyo porque Ella, la Señora, según el estilo romano -como diría Monseñor Zacarías de Vizcarra- había plantado en su suelo a modo de mojón posesorio, un pilar de jaspe, para que Santiago, el hijo del Trueno, edificara el primer templo mariano del mundo, de tal modo que España fuera de entonces para siempre su tierra, es decir, la tierra de María Santísima, y Zaragoza, como ha dicho un hispanoamericano ilustre, la capital de la Madre de Dios.
Le diría más, le diría que Ella había realizado viviendo, dos visitas por amor a su Hijo, de permanente recordación: la visita a Isabel, para llenar de gracia al Bautista, el Precursor, que anunciaría al Deseado de las gentes y hacerle saltar de gozo en el vientre materno, y la visita a España, madre y evangelizadora de pueblos, para dar vida al grano de mostaza que Santiago el Mayor se esforzaba en hacer germinar a las orillas del Ebro.
¡Hoy es Santa María de las Banderas! Todo el quehacer histórico de aquella nacionalidad en embrión que Santiago y los suyos alimentaran con la fe, va a estar enhebrada por la presencia de María y va a tener su arranque y, a su vez, su lábaro en el Pilar, pues, como dice el salmo, «columnan ducen habemus quae nunquam defuit per diem nec per noctem coram populo». (98, 6/7)
De este modo, el Pilar viene a ser algo así, con frase del Padre Félix García, como el Belén de España. Santa María del Pilar es para nosotros, los españoles, como dice Vázquez de Mella, Madre y Capitana, Cruz celestial y clarín guerrero, oración e himno, altar y campamento, voz de plegaria y grito de combate, y aunque es verdad que son muchas las advocaciones de la Madre durante los siglos batalladores de la Reconquista, es cierto lo que resume una de las estrofas del himno:
Madre de todos los hombres
Covadonga, Guadalupe, Macarena, Montserrat,
haré un pilar con tus nombres
y te llamaré Pilar
Un 2 de enero, aniversario de la aparición, acaba la Reconquista. Un 12 de octubre, España se hace Hispanidad.
¿Cómo no repetir los versos del poeta Mullé de la Cerda?:
A esa Virgen de España,
entre mil días de gloria,
dos días cuya memoria
no se borrarán jamás.
Engarzar logró, en el uno,
en su diadema Granada;
vio en el otro día, dilatada
la grandeza a un mundo más.
Cierto. En aquella madrugada del 2 de enero del año 40, dormía el continente de la esperanza. Pero, ¿no hubo, acaso, algún es treme cimiento en el altiplano del Perú, o en el alma sensitiva de un cacique maya? Sabéis que los ángeles anunciaron a los pastores que dormían el Nacimiento del Redentor yque una estrella sirvió de signo a los Magos de Oriente para acudir en su busca. ¿Será aventurado suponer que también hubo entonces, en la América dormida, presagios de la buena nueva y que, de algún modo, en una y otra latitud de aquella vasta extensión tuvo eco el Belén de la Hispanidad? ¿No hubo ninguna virgen azteca, ni ningún príncipe de la sangre real de los Incas que soñara con la hermosa doncella vestida de blanco y de azul? ¿No hubo en medio de la oscuridad de los ídolos y de los sacrificios humanos, una sonrisa profética de Ella, que es madre de la sonrisa?
Hemos dicho que todo el quehacer histórico de España está enhebrado por María y que el Pilar, la columna, es arranque y lábaro de nuestros destinos nacionales.
La nao capitana del descubrimiento se llama Santa María. Hay como un soplo mariano en la aventura y en el alba de América. Parece que María hinchó, con el soplo del Espíritu Santo, las velas descubridoras. Por eso, cuando se discute acerca de la aportación aragonesa al descubrimiento y se apunta, de una parte, que las capitulaciones de Santa Pe acotan la empresa a la Corona de Castilla y, de otra, que ello, no obstante, fue dinero de Aragón el que la hizo posible, yo me permito decir, salvando la menudencia de los detalles, que, por encima de éstos, hay la realidad del 12 de octubre de 1.492 en el que Santa María del Ebro se convierte en Santa María de la Hispanidad. ¿Os parece parca la aportación aragonesa al descubrimiento y a la obra de América?
Así, toda la Cristiandad hispánica se llena del Pilar y el Pilar resuena desde Nuevo Méjico y Texas en los Estados Unidos hasta la isla de la Desolación en los confines australes de la Patagonia, con nombres de iglesias, pueblos, ríos y comarcas.
Toda la Cristiandad hispánica y con ella, lógicamente, Filipinas. A la Virgen del Pilar se refiere la leyenda recogida en los versos de aquel país amado:
Centinela: ¿Por qué el paso
niegas el paso del día?
Si conoces a María
¿Por qué le gritas el alto?
Perdonad, Señora mía.
Madre de mi corazón.
Soy un pobre centinela
que cumple su obligación.
El Belén español de la madrugada del 2 de enero se convierte en la Epifanía del 12 de octubre. El templo de María del Pilar florece en los mil santuarios de América: de Luján, del Carmen, de la Aparecida, de Coromoto, de la Caridad del Cobre, de la Altagracia, de Chiquinquirá, de los Ángeles y de Suyapa.
Mas, por si ello fuera poco, en la roca del Tepeyac se aparece nuestraMadre al indio Juan Diego, se dibuja y reproduce en su tilmay, como queriendo refrendar desde su altura la entonces Hispanidad naciente, le habla al indio en castellano e inunda su mantón, cuando el Obispo le exige las pruebas del prodigio, con un manojo fragante de rosas de España.
Por ello, si nuestros países o la mayor parte de ellos, tienen a María como Patrona bajo distintas y bellas advocaciones, si España tiene a la Señora, en el misterio de su Concepción Inmaculada, como intercesora y custodia nacional, el conjunto de pueblos de la familia hispánica, cuyafe, en último término, nace de la columna sagrada que aquí veneráis, aclama a Santa María del Pilar como la Reina del mundo hispano, la «Regina hispanitatis», la «Regina hispaniarum gentium», la hacedora y la patrona de las Españas.
¡Que expresivos para el caso los versos!:
«Unidos por las rutas gloriosas de Castilla
venid hermanos todos, de América al Pilar,
por los mismos caminos que iba abriendo la quilla
de Colón cuando iba por el mundo a sembrar».
Y los hermanos vienen con sus banderas en alto. Vinieron entonces, hace cincuenta años, en 1.908, para darse un abrazo hondo y fuerte en María, para sentirse junto a Ella y con España, como retoños de olivos alrededor de la mesa. Con sus trapos gloriosos, con sus sagrados pabellones, símbolo y resumen de la propia nacionalidad.
Te llames de Luján, de Guadalupe,
Valle, los Milagros o el Carmelo,
del Rosario… te llames como quieras
tu pilar tapizado de banderas
de la América está.
Entonces Monseñor Ángel Jara, Obispo chileno de Ancud, nos trajo las banderas, pero antes las llevó a Roma para que el Papa Santo, San Pío X, las bendijese: «Si con esa augusta mano -le dice- os dignáis derramar sobre estas banderas las bendiciones de Dios, ellas quedarán para siempre consagradas. Nosotros las llevaremos a través de los campos y las ciudades, como llevaban el Arca Santa los Pontífices de la Antigua Ley, hasta llegar al corazón de España que, desde hace veinte siglos, vive atada con cadenas de oro al Pilar de Zaragoza.
Y las banderas llegaron al Pilar y, al entregarlas, ese Embajador de Hispanoamérica dijo: «Guardad la memoria de este día porque es anillo que deja abrazados para siempre a los hijos de la vieja España sobre la Virgen del Pilar. Y cuando nuevas generaciones se levanten y os pregunten qué significan esas banderas enlazadas, decidles, señores, que son los fulgidos diamantes de una corona que América ha ceñido a las sienes de la única Reina que no puede morir… decidles que estos pabellones son rayos de luz que vienen de otros mundos para aumentar el brillo del sol que alumbra el Pilar de Zaragoza; decidles que son notas de un nuevo canto añadido al poema inmortal de las grandezas de María».
No, no hay ingratitud de Hispanoamérica para España. Habrá ingratos, habrá negaciones, habrá incluso olvidos que en parte se nos pueden imputar a nosotros. No te preocupes, Alberto Castro. Yo he leído tus palabras, palabras de un hispanoamericano de bien. Señores, decía Alberto Castro: «si se pudiera hacer patente que nuestros pueblos odian a la Madre Patria, yo me avergonzaría de mi nación y de mi propia existencia. Si alguien pudiera demostrar que esos pueblos abrigan en su corazón ingratitud tan negra, yo pediría que se borrase de la Historia del mundo el nombre de América.»
No hay ingratitud de Hispanoamérica. San Pío X, al contestar al Obispo chileno, le decía: «Con este acto de fidelidad que hoy manifestáis a España, estáis probando que reconocéis la deuda de gratitud que la debéis por haberos dado su fe, su lengua y la cristiana civilización».
Fidelidad de entonces, fidelidad permanente. Cuando Pío XII se dirige a España el día en que el Jefe del Estado la consagra públicamente al Corazón Inmaculado de María, cabe a la Virgen del Pilar, no vacila en decir: «La Hispanidad, representada ante la Capilla Angélica por sus añosas banderas, parece que responde: nosotras te prometemos quedar en guardia aquí para velar por tu honra, para serte siempre fieles y para servirte sin condiciones”.
Estas banderas simbolizan, pues, a todas las cristiandades del mundo hispánico, a las cristiandades hispánicas de ambos hemisferios, a la comunidad luso-brasileña y a la comunidad hispanoamericana. El cristianismo supone siempre una encarnación. Pues bien, en este acto nosotros afirmamos un modo específico de vivirlo, dentro de la más estricta ortodoxia y de la más genuina y más probada fidelidad al Vicario de Jesucristo. Un modo especial de vivir el cristianismo incompatible con toda herejía, con toda componenda, con toda mistificación. Un modo especial y viril de encarnar el cristianismo que sabe, con palabras de Pío XII, que la paz no es el bien supremo, que no puede confundirse la bienaventuranza del pacífico con la comodidad del pacifista, que no embadurna la caridad con brochazos de cobardía y que sabe de la existencia de valores supremos que, como dicen los Santos Padres y confirman Santo Tomás y San Roberto Belarmino, hay que defender con los puños y con la santa violencia.
Este mundo hispánico ha esbozado sus ideales en el II Congreso de Institutos de Cultura Hispánica, que acaba de celebrarse en Bogotá. Allí los representantes de nuestros países, luego de escuchar en pie los mensajes de aquellos que representan y acaudillan nuestras naciones, proclamaron unos principios en la ya famosa Declaración de Bogotá.
Frente al bogotazo comunista, frente a las pretensiones de otros imperialismos que aspiran a ejercer su hegemonía en Hispanoamérica, la Declaración de Bogotá constituye la expresión auténtica, y por ello mismo cristiana, de la convivencia nacional de nuestros pueblos.
En la Declaración se afirma, de un modo solemne y rotundo, que los países hispánicos constituyen una parcela de la cristiandad, que aspiramos a informar nuestra vida colectiva en el Evangelio, que vamos a luchar por un cristianismo vivo y operante en el orden social, entregado a la redención de todos aquellos que, por ignorancia y por odio, por fruto de la desidia o de la injusticia, viven alejados de la Iglesia. Allí se dice que nuestra cristiandad hispánica quiere vivir y ha empezado a vivir de hecho la dramática situación de nuestro siglo, porque ansía con urgencia de caridad impregnar al mundo del mensaje de Jesucristo.
Por eso venimos al Pilar, para que Ella, que es Mater Apostolorum, nos ilumine y nos aliente, para que Ella, que es nuestra columna, permanezca siempre iluminada y nos conduzca, a nosotros -los hombres de la Hispanidad- que somos su pueblo, durante el día y durante la noche.
Tenéis aquí, en ese Rosario gigantesco, el gran farol de la Hispanidad. En el mundo enfermo, ese es nuestro signo, hispánicos de todos los confines de la tierra. Con su nao «Santa María» y sus banderas arracimadas y la Señora del Pilar.
Con estos signos triunfaremos:
¡Arriba los pueblos hispánicos del mundo!
La consigna de hoy, la unidad.
Las banderas en alto enlazadas
por la Fe, por la Patria y el Pan.
¡Por la Fe, por la Patria y el Pan!: sentido religioso, nacional y social de la empresa hispánica común.
Que Ella nos proteja. Atentos a sus palabras, pues como reza la jota: «La Virgen del Pilar dice». Escuchemos lo que nos dice la Señora. Abrazados al Pilar, columna de la estirpe. Formando un solo ser con las banderas que simbolizan a nuestros pueblos, cantemos para Ella himnos de honor y de alabanza.
Cuando Franco, en 1.954 y con ocasión del Congreso Mariano Nacional, consagraba pública y oficialmente a España al Inmaculado Corazón de María, tenía presente a todos nuestros pueblos. Por eso le decía:
«Os recomiendo con especial ahínco, a las naciones del mundo hispánico; imploro de nuestra Virgen Capitana la unidad, la grandeza y la libertad de la comunidad hispánica del mundo».
¡Hispanos, Deus, aspicit benignos!
Mira, Señor, como decía el poeta Prudencio, mira a los hispanos con ojos benignos.
Te lo rogamos. Señor, por nuestra empresa, por la victoria de Tu nombre, poniéndola a Ella, tu Madre y nuestra Madre, por celestial intercesora:
«Regina hispanitatis, ora pro nobis»
«Regina hispaniarum gentium, ora pro nobis»
Reina del mundo hispano, rogad por nosotros.
Hacedora y Patrona de las Españas, rogad por nosotros.