PREGÓN DE NAVIDAD – Diciembre 1957
Radio Nacional de España. 23 de diciembre de 1.957
¡Ven Señor! y ¡el Señor viene! ¡El Señor está cerca! ¡Hoy llega el Señor! y, al fin, ¡Emmanuel! ¡Dios con nosotros! ¡El Verbo se hizo carne! ¡Nos ha nacido un Niño!
Así, con este anhelo que se hace cada vez más insistente y anhelado, transcurren, avanzan y progresan las jornadas litúrgicas del Adviento hasta perderse, difuminarse y transformarse en la dulce, suave y cristiana alegría de la Navidad.
Cabe el Nacimiento, en torno a los pesebres sencillos o enjoyados de nuestras casas, de nuestros asilos y hospitales, de nuestros cuarteles y colegios, zambombas, guitarras, panderetas, charangos, quenas y siringas, acompañan y sirven de fondo a los villancicos inmemoriales, cuyas letras recogen una tierna, lejana y permanente devoción popular.
Si en la noche augusta que se avecina pudiéramos aplastar nuestra nariz contra el duro cristal escarchado, para ver las escenas familiares, o encaramarnos entre la fronda que circunda los hogares abiertos a la brisa del trópico, encontraríamos originales, a pesar de repetidos: la cueva con el niño sonrosado, entre pañales pobres; la Virgen recogida, arrodillada y en éxtasis; San José joven o patriarcal, erguido, apoyado sobre una vara nudosa de caminante; el buey y el asno, pacíficos y quietos, con el vaho tibio de sus morros húmedos; y luego, en derredor, los pastores idílicos entre corderos blancos; el musgo; el río de cristal y envoltura, de chocolate; el castillo de Herodes; las gallinas picoteando, salpicadas en un césped de mentira; los Reyes Magos sobre las torpes jorobas de los grises y peludos camellos que embridan pajes airosos ataviados de colorines… Y arriba, en lo más alto, sobre el azul intenso, prendida, de un alambre tenue, casi invisible, la estrella plateada y flamígera de púrpura brillante.
Y en torno, cuando la noche cubre la mitad precisa de su carrera, una gozosa, algarabía de voces: limpio castellano que, en todos los acentos, sobre un ritmo simple y pegadizo, renueva la fe, sacude la esperanza, enciende y acrecienta el amor.
Escuchad los villancicos de siempre, los de ayer, los que mañana cantarán las voces infantiles que esperan en el futuro su momento. Ascienden ingrávidos, como el humo, en la colcha, grave y sagrada, del silencio. Oídlos en el milagro de la distancia rota, con el tímpano abierto para todo lo puro y lo noble, lo ingenuo y lo grande. Oíd el concierto de los múltiples coros, entre sí desconocidos y lejanos, que se entremezclan, cruzan y suceden, en la dulce, continua y espontánea caricia del Belén:
El Dios humanado,
por fin, ya se ve;
la Madre es
María;
su Padre, José.
cantan en Méjico, mientras, en Nicaragua, un coro de niños se alegra al decir:
Su Madre en los brazos
meciéndolo está,
y quiere dormirle
con dulce cantar.
Mas, una vez dormido sobre la paja amarilla de su cuna endeble, muchachos de Colombia siguen cantando:
No muevas la cuna
del Niño Jesús,
que está dormidito
soñando en la Cruz.
Y, si despierta, bailándole cantan en Bolivia;
Tata de los cholos,
Niñito Dios,
lindo y bonito
mesmo que un sol.
Adorarte venimos.
Adorarte Dios.
¡Cantad, cantad los villancicos de antaño y los que inventan los nuevos juglares y los que llegan a nosotros y a vosotros, familias de nuestro mundo hispánico, en el cruce feliz de una hora signada con el abrazo del reencuentro y de la amistad!
¡Pesebres navideños!: os adivino y os profetizo en la noche de la Nochebuena, porque ¡ay de los pueblos que no aciertan a conservarse fieles a sus nobles, antiguas y viejas tradiciones!
Grupos de belenistas esparcidos por todo el haz de nuestro mundo hispánico: ¡Seguid con brío y con entusiasmo la tarea!
Y afanaos en el logro de la obra total; la meta no radica en las figuras ni en los villancicos, sino en que, a la postre, no se diga que el Niño de Belén vino a los suyos y los suyos no le recibieron, porque los suyos, los que le aman, se han dicho al contemplarle en el pesebre: ¡Venite, adoremus! ¡Venid, venid a adorarle!