ABORTO Y MATERNIDAD
Alerta Digital, 19 de marzo de 2.012
Fuerza Nueva, 21 marzo 2.012
No me es grato, pero siento la obligación moral de escribir sobre este tema y aceptar con resignación y sin respuesta la compatibilidad del derecho al aborto con el derecho de la mujer a ser madre.
Esta compatibilidad la ha defendido el ministro de justicia, Alberto Ruiz Gallardón, el día 7 de marzo en el Congreso de los Diputados al referirse a la nueva ley que se prepara por el gobierno del Partido Popular, y que sustituya a la de 3 de marzo de 2.010, llamada ley de plazos; pero que es una Ley Orgánica «de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo».
Creo que es necesario, para opinar y emitir juicio, tener muy presente la actitud del Partido Popular con respecto a la legalización del aborto, que ha llevado a calificar como derecho de la mujer lo que es un delito.
Hubo un gesto por parte del Partido. En su nombre, José María Ruiz Gallardón, con el que discrepé, pero al que me unió en todo momento una buena amistad, presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional, pidiendo que se anulase la ley de 5 de Julio de 1.985, que reconocía el derecho de la mujer a abortar, en tres supuestos (grave peligro para la vida o la salud psíquica o física, violación, y presunción de que el que va a nacer tenga graves taras físicas y psíquicas) La sentencia, con una interpretación muy curiosa del artículo 15 de la Constitución que dice que «todos tienen derecho a la vida», confirmó la ley.
Pues bien, durante los años que gobernó el Partido Popular, incluso con mayoría absoluta, esa ley permaneció en vigor, dejándose la puerta abierta a millares de abortos, que, al amparo estricto de la ley, no eran legales. El escándalo de estos abortos ilegales fue denunciado en una querella, que interpuso «Alternativa Española» (aunque esto se haya ocultado), en Barcelona, contra el doctor Morín.
Más aún, -creo no equivocarme- que el Gobierno del P.P. legalizó la pastilla del día siguiente, que es abortiva, que se puede adquirir sin receta en las farmacias, y que se ha repartido gratuitamente en muchas ocasiones. El número de abortos, vamos a llamarlos clandestinos, es lógico que no puedan ser contabilizados.
Y por su fuera poco, gobernando el P.P., ha habido, y aún las hay, clínicas abortivas subvencionadas por Administraciones públicas, y hasta personas destacadas de dicho grupo político que se han declarado favorables al aborto.
Sospecho, y no sin fundamento, que la ley en proyecto, que sustituye a la de plazos del gobierno socialista, de 3 de mayo de 2.010, que amplía el derecho de la mujer a abortar, fijará su atención en su artículo 13 que hace referencia a las mujeres embarazadas que tengan 16 y 17 años, por tratarse de algo llamativo, y que ha tenido una repulsa muy generalizada. De alguna forma se ha hecho público que ese artículo será derogado. Fuera de ello, el señor Rajoy ha dicho que la ley del 1.985 se mantuvo vigente durante los ocho años en que gobernó el P.P, porque la misma, tuvo «consenso social».
Con estos antecedentes, y para alertar a los católicos sobre la invocación al derecho a la maternidad, que ha hecho el ministro de Justicia, pongamos la atención en lo siguiente: ¿Hay un derecho a la maternidad? ¿Hay un derecho al aborto?
No recuerdo que el P.P. haya hecho alguna vez alusión al derecho de la mujer a ser madre. Por eso me sorprende que ahora se haya referido a él Alberto Ruiz Gallardón, en el Congreso de los Diputados, y como ministro de justicia. No olvidemos que se proyecta una nueva ley sobre el aborto, y que, ante la opinión pública, y en especial ante el electorado católico- para no perderlo- hay que utilizar un cierto lenguaje. Conseguir votos es lo que importa.
De momento, se afirma por el ministro que hay un derecho a ser madre. Si ello es así (aunque precise ciertas condiciones) hay que tener en cuenta que el derecho es renunciable; es decir, que hay un derecho a no serlo.
Vamos a examinar las consecuencias que se siguen de estos dos derechos.
El derecho a no ser madre, primeramente, se manifiesta en la elección de la virginidad, y en el propósito de mantenerla, comprometiéndose para ello con un voto. El caso más significativo es el de la virginidad, «propter regnum coelorum» (aunque haya renuncia a la maternidad por otras razones).
Pero también ese derecho a no ser madre se da cuando se rompe el binomio intimidad-fecundidad, «secundum natura», que es el que aquí nos interesa. Se puede no ser madre, ejercitando ese derecho a no serlo, tanto si se impide la fecundación que sigue a la intimidad, mediante el preservativo o la esterilización, como si se destruye lo concebido por medio del aborto, es decir, por la interrupción voluntaria del embarazo o, con mayor crudeza, matando al concebido y cometiendo, según el Vaticano II, un «crimen abominable». (Gaudium et Spes, nº 5)
Desde un punto de vista cristiano, esta ruptura de la intimidad con la fecundidad, es ilícita y pecaminosa. En el Evangelio se pueden leer estas palabras: «lo que Dios ha unido no debe desunirlo el hombre» (Mt. 19, 5); y estas palabras tienen un valor universal y no solo afectan al matrimonio.
El derecho a ser madre, sin intimidad, al contrario, autorizaría a que, al margen de ese orden natural, la mujer llegue a serlo por otra vía, y, concretamente, a través de lo que se llama ingeniería genética o inseminación artificial. El que vulgarmente se conoce como hijo probeta, es fruto de esta manipulación de los gametos fertilizantes, tanto si la implantación, después unirlos se hace en el seno de la mujer, que ha puesto el suyo, como si se hace en el seno de otra, para su gestación y alumbramiento, o lo que es lo mismo, a la que se llama «madre de alquiler».
Este mismo derecho a ser madre, también autorizaría a la mujer que, siendo soltera, quiera compartir intimidad con quien pueda fecundarla
El objetivo de la revolución cultural, que corrompe las ideas y las conciencias, se cumple en un Estado, como el nuestro, de puro derecho positivo, a través de una legislación que prescinde del derecho natural, y que arrebata, o quiere arrebatar a Dios, tanto las decisiones sobre la vida como ciencia del bien y del mal.
Siendo así, el cristiano no puede olvidar que Cristo dijo de sí mismo «Yo soy la Vida», pero también «Yo soy la Verdad», y, lógicamente, en su plenitud, y, por ello, la Verdad moral (Jn. 14, 6), mientras que el diablo es «el señor de la muerte» (Hb. 2, 14), y «el padre de la mentira». (Gén. 3, 5)
Sentado esto, con este tipo de legislación, la presente y la que la sustituya, el ataque a la vida contará con el preservativo, que impide la fecundidad, y con el aborto, que mata al concebido y no nacido, «imago Dei», que es tanto como matar a Dios en imagen.
Desde este punto de vista, me permito traer a colación lo que en mi libro «Derecho a Vivir», escribiera en 1.981, y que me ha conmovido al releerlo.
Dios no solo da la vida a cada hombre en el instante de la fecundación germinal, sino que también se recrea, complaciéndose, en esa imagen microscópica de «Si» mismo, brote inicial que es apenas una punta de alfiler, o quizá, una pepita de manzana. ¡No importa que las imágenes divinas sean pequeñas o grandes, macroscópicas o microscópicas! Más aún, es posible que esa imagen, apenas perceptible, sea a sus ojos más querida que otra mayor, porque el diamante, que es un trozo de naturaleza cósmica, es más apreciado también por el hombre que una montaña de granito, parte igualmente del cosmos.
Por esa miniatura, a la que Dios ama, el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo hermano, la proclamó heredera de su patrimonio celeste, y le conquistó, con su sangre y en la Cruz, una morada en la ciudad eterna, feliz y luminosa de su Padre».
¿No es lógico, pues, que ese «crimen abominable» que quiere transformarse en un derecho de la mujer, permitiendo y aun favoreciendo el aborto, «por motivos de conveniencia o por razones médicas discutibles», dijo Benedicto XVI el 9 de enero de 2.012, fuera calificado por Pío XI, de «crimen grandísimo», en la «Castii Connubi» (nº 23), y de «violación grandísima del orden moral», por Juan Pablo II, en uno de sus viajes a España?
Por otra parte, y desde la consideración de la maternidad como un derecho de la mujer, hay que tener en cuenta, tratándose de mujer soltera, que ese derecho no puede moralizar la intimidad fuera del matrimonio, porque el hijo precisa de un hogar, y tiene derecho a un padre y a una madre, que conviven unidos por el vínculo indisoluble del matrimonio.
Una observación quiero añadir, y ésta, con respecto a la transmisión de la vida, al margen del problema moral subyacente. Se olvida que la desnatalización que se está produciendo deja a España sin generación de repuesto, que, sustituida por una emigración procedente de otras culturas, contribuirá a que España pierda su identidad.
Y otra observación que estimo oportuna y que se relaciona con la tan cacareada presión de las estructuras que presiona de tal modo a la mujer que ésta ha de acudir al aborto al quedarse embarazada. Es cierto que esa presión existe, pero no basta con denunciarla. Es preciso conocer su causa, que, en parte, no es otra, que la entrada de la mujer en el mercado laboral. El igualitarismo ha desbordado lo que era tradicional: el marido era el que trabajaba, y la esposa dedicaba su tiempo a la casa y a los hijos. Para que, salvo casos excepcionales, cada uno de los esposos pueda dedicarse a lo que es su obligación, hay que reconducir las cosas, de tal manera que los ingresos del marido permitan mantener a la esposa y a los hijos ¿Se acuerdan ustedes del salario familiar? ¿No sería, el salario familiar una forma de reducir el paro? ¿Pero cómo el salario familiar es compatible con la salud económica de las empresas? De esto, estoy seguro que lo hay.
Como resumen, quiero dejar escrito con letras mayúsculas, que es este el trípode que mantiene sana una sociedad: matrimonio, intimidad, fecundidad.
Y vaya como final esta poesía con la que concluí un trabajo sobre el aborto y que me gusta repasarlo:
La silenciosa voz de un niño
En tu seno mi hábitat, mi nido.
Allí soñé, mama, que tu soñabas,
que gozosa, mamaíta, me esperabas
para decirme cariñosa: bienvenido.
¡Qué alegría la tuya al verme ya nacido!
Contenta, sonriente, me abrazabas;
con qué fervor tú me besabas,
fruto de tu vientre bendecido.
De pronto, una mano cruel me agarrotaba,
apretando mi cuello; yo me ahogaba,
y un estilete en mi corazón hundido
apagaba su ultimo latido.
¿Cómo así de tu seno me desatas?
¿Por qué, madre querida, por qué me matas?
Terrible, diabólica locura.
Yo era tu niño y me has tirado a la basura.