¿Hay un aborto cristiano?
Publicado en La Nación, el 26 de mayo de 1.993
He vacilado -lo digo sinceramente- antes de escribir este artículo; y ello, por las reacciones y polémicas que puede suscitar. He vencido, sin embargo, la duda, porque hay ocasiones clave en las que es necesario romper el silencio y dar testimonio.
El tema del que voy a ocuparme brevemente parecía, hasta ahora, tener una solución clara. La conciencia de los católicos tenía por seguro, a la luz de la Revelación y del Magisterio, que el aborto querido o interrupción voluntaria del embarazo, era inaceptable. Esta solución no se alteraba o conturbaba por el hecho de que, como ocurre hoy desgraciadamente en España, el aborto esté legalizado. El programa socialista de 1.982, incluía esa legalización, y la mayoría de nuestro pueblo, votando socialista, aceptó el aborto. No hay que echar en olvido, para comprender de un modo pleno ciertos cambios de conducta, que Alianza Popular en su día, y José María Ruiz Gallardón (q.e.p.d.), (del que fui, aunque discrepante buen amigo), en su nombre, presentó un recurso contra el nuevo artículo 417 bis del Código penal, aprobado por las Cámaras, ante el Tribunal Constitucional. Para el Partido recurrente, el artículo mencionado violaba el 15 de la que se viene llamando Carta Magna, que comienza así: «Todos tienen derecho a la vida».
La convocatoria electoral para el 6 de junio, ha hecho necesario o conveniente que los partidos políticos que concurren elaboren y expongan los puntos programáticos de sus respectivas ofertas, es decir, lo que prometen y quieren hacer en caso de triunfar. Me interesa, y creo que nos interesa a todos, saber lo que el programa del Partido Popular propone de cara a la interrupción voluntaria del embarazo.
El Partido popular, antes de ahora, y a través de su actual presidente, después de convocadas las elecciones, ha reiterado que mantendrá la ley socialista del aborto, y que la mantendrá porque así lo quiere el pueblo español. Cuando el Partido popular pide el voto a los españoles, lo pide, por tanto, entre otras cosas, para mantener la ley socialista del aborto.
Creo que es imprescindible y aleccionador recordar, para pronunciarnos al respecto en las urnas, que el aborto responde a la filosofía inspiradora de la llamada civilización de la muerte, es decir, de la «antilife mentality». Solo el Maligno, el que trajo la muerte, ha podido discurrir aquella filosofía, opuesta de un modo radical a la filosofía cristiana y al quehacer político que en ella se apoya. Si Cristo es la Vida, el filósofo y el político cristianos han de ser los artífices de la civilización de la vida, y rechazar el aborto, que la destruye voluntariamente durante su gestación.
El planteamiento sobrenatural del tema que debe informar a un partido de inspiración cristiana, exige la contemplación del hombre como «imago Dei». Me atrevo a reproducir
de mi libro «El derecho a vivir», lo siguiente: «Dios no solo da la vida a cada hombre en el instante de la fecundación germinal, sino que también se recrea, complaciéndose en esa imagen microscópica de «Si» mismo», brote inicial que es, apenas, una punta de alfiler o una pepita de manzana. ¡No importa que las imágenes sean pequeñas o grandes, macroscópicas o microscópicas? ¿Se comprenderá la razón por la cual el aborto fue calificado por la Constitución «Gaudiun et spes” (nº 51), como «crimen abominable»? Preciosos y precisos los versos del P. Cué, S.J. en su Villancico de las abortistas»:
«en cada aborto se mata
a un cristo-niño, otra vez».
De acuerdo con este modo de pensar, la Comisión permanente del Episcopado español decía el 5 de febrero de 1.983, después del triunfo del socialismo, que «no podrá escapar a la calificación moral de homicidio lo que hoy se llama aborto provocado o, de forma encubierta, «interrupción voluntaria del embarazo». En idéntica línea, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe afirmaba, antes de la victoria socialista, el 5 de mayo de 1.980, que el aborto «es una violación de la ley divina, una ofensa a la dignidad de la persona humana, un crimen contra la vida y un atentado contra la humanidad». Por su parte, Juan Pablo II, en muchas ocasiones, ha condenado el aborto. Traigo tan solo a colación, en aras de la brevedad a que al principio hice referencia, las palabras que pronunció aquí en España, en la plaza de Lima de Madrid, el 2 de noviembre de 1.982, apenas llegado el socialismo al poder: «quién negare la defensa a la persona humana ya concebida, aunque todavía no nacida, cometerá una grave desviación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o, si se llega, incluso, a facilitar los medios, privados o públicos, para destruir las vidas humanas indefensas?
Claro es que cuanto se acaba de transcribir afecta, se dirige y comprende a cualquier partido, y no solo al socialista, que acepte el aborto provocado y, por ello, al que en su programa electoral y en sus manifestaciones de cara a las urnas, se obligue a mantener su despenalización y, por lo tanto, su legalización. Tal es lo que sucede con el Partido Popular, ya que no es posible – de no caer en el absurdo y en la falta de lógica – que sea «crimen abominable, homicidio, violación de la ley divina y grave desviación del orden moral» el aborto que el socialismo instaló en nuestro ordenamiento jurídico, y deje de serlo, o dar la impresión de que no es para tanto, cuando se guarda silencio o se protesta aislada y tímidamente, si es el Partido popular el que asegura que la ley del aborto va a mantenerse intacta.
El voto al Partido Popular, cualesquiera que sean los argumentos con que se pretenda justificarlo, es un voto que legitima la muerte del inocente, o como decía monseñor Pla Gandía, anterior obispo de Guadalajara «el asesinato de miles de niños». De aquí que el voto a favor del Partido popular, sean o no conscientes de ello los que lo dirigen y los que le apoyen en las urnas, mina el mismo fundamento de la sociedad y, en consecuencia, lo que esencialmente y originariamente demanda el bien común.
El presidente del Partido Popular ha dicho dos cosas a mi juicio muy serias, que de no comportarse con frivolidad deberán ser tenidas muy en cuenta. Una, con ocasión de su visita a Inglaterra, donde ante un auditorio de especial relieve ha asegurado que de llegar al poder no cambiará sino aquello que sea estrictamente necesario; lo que equivale a entender que el tratamiento jurídico del aborto no necesita rectificación de ninguna clase. Otra, que, en definitiva, la ley del aborto será mantenida porque esa es la voluntad de nuestro pueblo.
El relativismo moral de esta postura es evidente porque positiviza una voluntad, la del pueblo, cuyo veredicto arrebata a Dios la ciencia del bien y del mal, cuyos principios éticos, revelados, objetivos, e inderogables se contienen en el Decálogo.
Estoy seguro – y tengo datos fidedignos y suficientes para expresarme así- que muchos españoles que quieren votar conforme a una conciencia cristiana, se sienten desconcertados acerca de cómo han de pronunciarse en las próximas elecciones. Las cautelas y ambigüedades con que proceden los que por razón de su ministerio han de ser orientadores de dicha conciencia, turban y confunden. Se llega a tener la impresión de que hay dos tipos de aborto, o el tema del aborto tiene dos enfoques distintos: el aborto patrocinado por los socialistas, que es execrable, y el del Partido Popular, que, por otras razones, merece un cierto grado de tolerancia. Con ironía pueden formularse estas preguntas: ¿Hay un aborto socialista y otro cristiano?, ¿acaso no se trata del mismo aborto que, insisto, mina el fundamento de la sociedad? Si no es licito votar al Partido Socialista por este motivo – y por otros- ¿será lícito moralmente el voto a favor del Partido Popular, que se ha comprometido a mantener la ley que -también con votos ajenos- elaboraron los socialistas?
Esta posibilidad, puramente dialéctica, de un aborto cristiano, viene avalada por el hecho, que produce escándalo, de que dirigentes, candidatos y militantes del Partido Popular, cuya vinculación a un determinado Instituto religioso se proclama por ellos mismos, no hayan presentado su dimisión, retirado sus candidaturas o dado de baja en el mencionado Partido. No creo que sea compatible mantener el aborto y hacer profesión de cristiano; sobre todo cuando quienes admiten y juegan a la compatibilidad, tienen una influencia notable en la sociedad española.
Hago mías las palabras del obispo de Mondoñedo Don José Gea Escolano en su reciente pastoral: «Todavía estamos a tiempo»: «los que quieren ser consecuentes con su fe, ya saben lo que tienen que hacer»; y lo que tienen que hacer, si interpreto correctamente estas palabras, es no votar a favor de aquellos Partidos -como el Partido popular- que se manifiestan partidarios del aborto.