LA AUTOCIVILIZACIÓN DE LA MUERTE
Palabras al término de la manifestación contra el aborto
En la plaza del Marqués de Salamanca de Madrid, el 26 de marzo de 1982
Padres de familia, españoles de toda edad, profesión y oficio, que habéis dado una respuesta afirmativa a nuestra convocatoria.
¡La vida está en peligro!
Frente al derecho a la vida, se proclama el derecho a matar; y no a matar a quien es responsable de un crimen horrendo; a quien nos ataca con las armas en la mano, con capucha o sin ella, en los actos terroristas de hoy, de ayer y de mañana, sino a quien no ha cometido ningún delito, a quien se halla indefenso, nacido a la vida, aunque no haya nacido a la luz.
Todos los argumentos se esgrimen -y ahí los tenemos parcialmente en una sentencia- para que el derecho a matar alcance la cota elevada de uno de los derechos constitucionales. La Constitución, se nos dijo, no era divorcista, pero el divorcio ha sido legalizado.
La Constitución ampara el derecho de todos a la vida, pero ha sido, precisamente interpretando el texto constitucional, como ha pedido, bajo la tesis del delito imposible o del estado de necesidad, declararse lícito el aborto.
Y no se diga que cabe distinguir entre el aborto y la interrupción voluntaria del embarazo, según el día en que se practique a partir de la concepción. En primer término, porque esta terminología se mueve con el propósito de ocultar lo evidente, de análoga forma a como, en la verborrea liberal, al paro se le llama desempleo y a la caída de la peseta, subida del dólar. Y, en segundo término, porque la diferencia, a efectos de protección jurídica, entre el puro embrión y la criatura nacida, de ser exacta, nos llevaría a ofrecer tal protección al edificio, pero no a sus cimientos; al río caudaloso, y no al manantial que lo origina; a la cosecha lograda, y no a la sembradura.
Una concepción materialista y hedonista, manifestada de una u otra forma, nos va cercenando con ritmo diferente, según los países y la órbita geográfica en que nos encontramos, todas las auténticas libertades y todos los derechos genuinos. Libertades y derechos caen segados por el egoísmo y el odio, por falta de generosidad y de sacrificio. Ahora, en España, la anticivilización de la muerte, busca su víctima suprema, cegando la fuente de la vida, primero; aniquilando la vida que acaba de brotar, después.
El artículo 29 de nuestro Código Civil, continúa diciendo que al concebido se le tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables.
Pero tal y como están las cosas, mientras que, por un lado, el concebido, por serle favorable, hereda, por otro, se le puede, con la ley en la mano, asesinar. Hasta ese punto de aberración se llega cuando se prescinde de todo principio religioso y de toda pauta moral.
Hay miles de familias madres que abortáis voluntariamente- que esperan a los hijos que no queréis, que han reservado en su corazón y en sus hogares un sitio cálido y amoroso para los hijos a los que negáis el derecho a nacer, y que os dicen con lágrimas en los ojos y los brazos mendicantes, al modo de la famosa Madre Teresa de Calcuta: «Dadnos los hijos que de alguna forma Dios os ha dado, y que rechazáis con frialdad o con vergüenza, con dolor o desesperanza.»
El derecho a matar inocentes no existe. Una sociedad que lo eleva a precepto o, directa o indirectamente, lo estimula, es una sociedad que a sí misma se destruye, porque es una sociedad que se maldice a sí misma.
Por eso, padres y madres de familia, hombres y mujeres de toda edad, profesión y oficio: con la sagrada libertad de los hijos de Dios -de un Dios de vida, y no de muerte-, con la sagrada libertad de los cristianos -seguidores del que sabemos que no es sólo Verdad y Camino, sino también Vida-, con la sagrada libertad de que hicieron siempre gala los españoles dignos, saliendo en defensa de los indefensos y de los débiles, ¿y quién más débil e indefenso que un niño en el seno de una mujer?, gritamos desde lo más profundo del alma, dolorida por tanta brutalidad y tanta miseria:
¡NO AL ABORTO!
¡SI A LA VIDA!