LA TRAGEDIO DEL PAÍS VASCO
León, 2 de junio de 2001 y Aula de Fuerza Nueva y CESPE, 7 de junio de 2.001
Antes de entrar en el tema de que voy a ocuparme, es decir, de «La tragedia del país vasco» quiero hacer una confesión y una afirmación: Confieso que el tema no me resulta agradable, porque no es nunca agradable ser testigo de enfermedades o mutilaciones y afirmo que, si abordo el tema, lo hago como español -título al que no renuncio ni con la palabra ni con los hechos- al que afecta profundamente la tragedia del País Vasco, porque esa tragedia, hoy bañada de sangre, puede ser el comienzo de la autodestrucción de España, como sujeto colectivo histórico.
Decía, hace años, que la secesión del País Vasco sería para España el inicio de esa autodestrucción, porque, a diferencia de lo que sucede con el País vasco-francés el nuestro, fue germen y reserva de la unidad nacional.
Nunca hubo una nación vasca, sino que lo vasco fue vivero, custodio y precursor de España. La invasión musulmana trajo, como reacción defensiva, primero, y reconquistadora, después, la formación de los cinco reinos, de los que se ocupó Menéndez Pidal; pero esos reinos de España -pese a sus diferencias- tuvieron como objetivo común la restauración de la unidad de la monarquía visigoda. Esta restauración de la unidad, que lograron Isabel y Femando con la conquista de Granada, exigió un proceso largo y difícil, que podemos imaginar pensando en el esparcimiento de un rompecabezas por una mano extraña, y en el acoplamiento posterior de sus piezas. Toda la Edad Media española está dedicada, con vicisitudes diversas de aproximación o retroceso, a esa tarea; y es así cómo, para lograr ese objetivo, se fueron reincorporando a España, sin pérdida de su identidad, los llamados territorios históricos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa.
El nacimiento del nacionalismo vasco, a comienzos de este siglo, fue un acontecimiento, por una parte, involucionista, y, por otra, fruto del resentimiento, que dio origen a una auténtica falsificación. En Sabino Arana y Goiri podemos encontrar las raíces de ese resentimiento y de esa falsificación. Resentimiento por la derrota carlista, causa a la que se unió con entusiasmo su familia. Falsificación, porque Sabino Arana, desde una postura simplemente vizcaitarra, llegó a configurar, inventando argumentos, una nación vasca.
Era lógico que Sabino Arana -que asimiló, viviendo en Cataluña, algunas de las tesis independentistas- buscase fundamentos a su propuesta de ruptura. Empleó los siguientes argumentos: 1º) Frente al liberalismo victorioso y laico, nido de masones, una Euskadi con «Dios y leyes viejas»; 2º) Frente a una raza española mestiza, una raza de pura sangre; 3º) Frente a España y a todo lo español, desprecio y odio visceral; 4º) Frente al idioma español, el euskera; 5º) Frente a provincias vascongadas, Euskadi; y 6º) Frente a la bandera roja y gualda, la ikurriña.
Aunque es cierto que Sabino Arana rectificó esta postura en los últimos años de su vida, defendiendo la compatibilidad de lo vasco con lo español, lo cierto es que este cambio se ignora o se borra por parte del nacionalismo. De aquí que nuestra atención, para no huir del mundo real en el que nos movemos, deba polarizarse en tomo a la doctrina y a la táctica de su época primera.
El primer argumento, el de «Dios y leyes viejas», ha sido superado. Al catolicismo confesional y militante del nacionalismo del PNV ha sustituido una actitud neutra y aconfesional, estimulada por razones de carácter pragmático, sin duda, pero también por el cambio del Derecho público de la Iglesia que ha supuesto el Concilio Vaticano II. Por añadidura, el nacionalismo maoísta de los nuevos grupos abertzales -Herri Batasuna, Euskal-Herritarrok y ETA- es lógicamente ateo o antiteo. En sus mítines se levanta el puño y se canta La Internacional, y aunque la religión es el opio del pueblo, según Marx, ello no es incompatible, porque así lo exige la política, con la celebración de funerales por los terroristas muertos, a los que el sacerdote o sacerdotes oficiantes han comparado a veces con Jesucristo clavado en la cruz.
El segundo argumento prueba de un modo evidente que el nacionalismo vasco es un movimiento racista. El PNV, posiblemente el primer partido racista de Europa, mucho antes del nacionalsocialismo alemán de Adolfo Hitler, tuvo como símbolo la esvástica, lo que documentalmente se puede probar. El abandono de la cruz gamada ha sido fruto de un acomodo hábil a los signos de los tiempos, pero no una renuncia al argumento racial, como lo revela cuanto el señor Arzallus o Arzallus ha dicho sobre el tipo de sangre que corre por las venas y las arterias de los vascos.
Con ello, el PNV, a través de su más calificado y cualificado portavoz, no hace otra cosa que continuar la línea ideológica de Sabino Arana, para el cual «etnográficamente hay una diferencia sustancial entre ser español y ser euskeriano, porque la raza euskera es sustancialmente distinta de la raza española, la más vil y despreciable de Europa». «La Patria -concluía el fundador del PNV-, se mide por la raza».
Un padre capuchino. Evangelista Ibero, a las preguntas formuladas a modo de los catecismos, contestaba así en “A mí vasco”: «¿Qué es el nacionalismo vasco? El sistema político que defiende el derecho de la raza vasca a vivir con independencia de otra raza. ¿Qué es Euskadi? Lo mismo que raza vasca, nación vasca. ¿Con qué derecho se le privó de su independencia? Con el derecho de la fuerza».
Todo ello es una falsificación histórica:
1) porque no se identifican raza y nación, ya que hay muchas naciones multirraciales -piénsese en Estados Unidos-, y
2) porque la reincorporación de los territorios históricos vascongados a la unidad nacional fue, como hemos dicho, no por la fuerza, sino fruto de una reacción, más que voluntaria instintiva: «¿Cómo puede conquistarse, además -se pregunta José María de Areilza-, y dominarse una nación de la que no se encuentra ningún rastro de independencia?»
Por otra parte, no es cierto, como prueba monseñor Zacarías de Vizcarra, que exista una raza puramente vasca, sino una mezcla de razas prehistóricas. (Vasconia españolísima. Ed. española S.A., San Sebastián 1.939, pág. 121)
El tercero, es decir, el del desprecio y el del odio a España y a todo lo que sea español -aunque no se alardee de ello, con frecuencia, verbalmente-, se trasluce y, a la vez, se inculca. Se trasluce, cuando, de palabra y por escrito, se asegura que ellos no son españoles y se pone en circulación un documento de identidad vasco, o se dice que, lograda la independencia, los españoles residentes en Euskadi serán como los alemanes que viven en Mallorca; y se inocula en las ikastolas, en las cuales ese desprecio y odio profundo a España, que se viene enseñando en las mismas, ha sido el caldo de cultivo, como está demostrado, en el que se forman los actuales terroristas.
El odio a España y a todo lo español del nacionalismo vasco.
He aquí algunas frases de su fundador, gravemente ofensivas e indignantes:
«Tenéis que odiar a España».
«Los nacionalistas aborrecen a España».
«España está esclavizando a nuestra Patria, y esto nos basta para odiarla con toda nuestra alma».
«España es una nación enteca y miserable, la irrisión del mundo (a la que) odiamos con toda nuestra alma. ¡Maldita (sea)!
«Si esta nación la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas el que España prosperase y se engrandeciese».
El desprecio al pueblo español se hace visible, cuando le llama «…pueblo afeminado y embrutecido, gente de la blasfemia y la navaja, objeto de befa por toda nación civilizada, corrompido en sus ciudades (y) degradado en sus campos, (pueblo) de inmunda planta que nos aplasta, corrompe y envilece, dominador de nuestra raza (y) opresor de nuestra Patria…».
El mismo desprecio insultante para los españoles, como seres humanos, se manifiesta cuando invita a rechazar de sí a los españoles como extranjeros, «…porque del roce del maketo con el bizkaino solo brotan en este país irreligiosidad e inmoralidad…»
«Los bailes (de los españoles) son indecentes hasta la fetidez» y «la espantosa invasión de los «maketos» nos trajo la blasfemia y la inmoralidad».
¡Qué razón tema don José Calvo Sotelo en 1.935!, cuando sostenía que el «nacionalismo vasco, tal como lo crea, lo define y lo pontifica Sabino Arana, es un sentimiento de independencia vasca, fundado en el odio a los españoles y a la nacionalidad española».
Pues bien, esto es, precisamente, lo que se enseña en las ikastolas que se han multiplicado desde la transición política pero que, desgraciadamente, en las postrimerías del régimen del 18 de Julio -desde 1.973, cuando gobernaban los que pretendían desmontarlo-, fueron creadas y subvencionadas por el Estado.
Conviene hacer constar que las ikastolas nacieron al amparo de la Iglesia, y que fueron promovidas por el clero nacionalista con el propósito -como consta en un informe que obra en mi poder- de convertir a los vascos en unos seres totalmente ajenos a la herencia cultural hispana. Estas ikastolas han tenido y tienen el apoyo de ETA, que estimó oportuno que las mismas gozasen de la protección eclesiástica, tanto para evitar conflictos con las autoridades como para ganar la confianza de los padres (nº 65 de la revista Gudari). Todo vale -se decía en la revista Hausi- para «la creación de un Estado socialista vasco». Las ikastolas han sido y son un instrumento para la lucha contra la unidad de España.
El cuarto argumento parte de la utilización del euskera como arma política. El nacionalismo entiende que el euskera es el idioma de Euskadi y que, por ello mismo, se debe imponer con carácter exclusivo, rechazando el castellano, que es el que habla mayoritariamente al menos un 80% del pueblo vasco; por ser, según Sabino Arana, el «idioma opresor».
Con ello se incurre también en falsedades de bulto, de las cuales señalo las siguientes: 1) porque el euskera es la más española de todas las lenguas y siendo, además, la lengua de los aborígenes de España, es la única lengua de origen español que existe en el mundo; 2) porque según Séneca hablar vascuence era señal de ser originario de España; 3) porque el euskera «se difundió y habló en una gran parte de la España prehistórica y 4) porque el «euskera, o de origen, o por el transcurso del tiempo, o por el aislamiento geográfico, mucho antes del nacimiento de Sabino Arana, no era un idioma único, sino una diáspora lingüística; hasta doscientas variedades catalogó José Bonaparte, uno de los estudiosos del vascuence. Por ello, los vascos de distintas áreas geográficas, al no entenderse entre sí, recurrían al castellano, y por eso, igualmente, hoy se ha oficializado un euskera artificial y unificador que se llama batúa.
Por otra parte, y desde siempre, en el País Vasco ser euskaldún no quiere decir ser vasco-parlante, pues un sector importantísimo de auténticos euskaldunes -no de inmigrantes o descendientes de inmigrantes- han hablado y hablan castellano.
El quinto argumento ideado por Sabino Arana fue el de la imposición de nombre a su imaginada criatura política, a fin de identificarla. Tuvo vacilaciones -semejantes a las que hoy existen-quizá porque era muy difícil la viabilidad de esa criatura sin alma. Dudó mucho entre Euzkeria y Euzkadi. Prosperó Euzkadi, pero la Academia de la lengua vasca le rectificó, sustituyendo la «z» por la «s». El vocablo no tiene hoy acogida universal por parte del nacionalismo, y los abertzales de la extrema izquierda y los terroristas prefieren el de Euskal-Herria.
Ahora bien, si el nombre identifica a la persona, como identifica a la nación, la diversidad de las denominaciones prueba que esa nación no existe y que es fruto de la fantasía. Es posible que mi enumeración no sea completa, pero detecto la siguientes: Provincias vascongadas, Vasconia, País Vasco, Euzkeria, Euzkadi, Euskadi y Euskal-Herria.
El último argumento, el de izar la bandera, símbolo de la nueva criatura, llevó a Sabino Arana, que no la encontró, porque no existía, a inventarla y diseñarla. Ese es el origen de la ikurriña, con sus tres colores rojo, blanco y verde, en la que el verde equivale a independencia. La ikurriña, que fue primeramente bandera del partido, es hoy, por reconocimiento oficial, la bandera de Euskadi,
por la que, como ha escrito José María Bereciartua, se está dispuesto a morir y a matar. (Ikurriña, Historia y simbolismo. 1.977)
Es curioso el contraste entre la persecución de que fuimos objeto en Fuerza Nueva, por ser portadores de la bandera de España, siempre unida al rojo y azul del Partido, y el silencio claudicante del Sistema ante la utilización única y superabundante de la ikurriña por todos los grupos que se pronuncian a favor de la independencia.
No va a ser esta disertación un estudio minucioso y detallado del nacionalismo en las provincias vascongadas, porque ello no es posible en el marco temporal reducido de una conferencia. Me fijo en lo que puede considerarse esencial y definitorio, y, por tanto, 1) a su posición, al producirse el Movimiento Nacional; 2) a su comportamiento después de la Victoria del 1 de abril de 1.939, y a la aparición del terrorismo y sus cómplices; 3) a su conducta después de la transición política y 4) a las elecciones últimas del 13 de mayo y a sus consecuencias
I.- El nacionalismo vasco y el Movimiento Nacional
Al iniciarse el Movimiento Nacional, el 18 de julio de 1.936, el Estatuto vasco era todavía un proyecto con el que se pretendía, no lograr una meta, sino apoyarse en un peldaño para llegar a la independencia. Se trataba de un Estatuto de mínimos.
Al PNV, único partido nacionalista entonces, con cierto apoyo popular y representación en el Parlamento, se le planteó al producirse el Alzamiento un trilema; y digo trilema porque fueron tres las opiniones que en el seno del mismo se formularon: aislarse a piedra y canto y no participar en una contienda que sólo afectaba a los españoles, y ellos no lo eran; unirse a la Revolución roja que imperaba allí donde el Alzamiento había fracasado, recibiendo en compensación el Estatuto prometido por Indalecio Prieto; sumarse al Alzamiento porque, siendo confesionalmente católico el PNV, no sólo no podía colaborar con quienes eran públicamente enemigos de la Iglesia, como pedía Pío XI en su encíclica Divini Redemptoris, sino que debían luchar por encima de todo al lado de quienes combatían y morían por la Fe.
La segunda opción fue la que tuvo éxito. Las gestiones, especialmente del cardenal Gomá, fueron ignoradas o desoídas, como lo fue el non licet de los prelados de Vitoria y Pamplona; y el Estatuto fue aprobado con rapidez por una Cámara, con muchos escaños vacíos, por el asesinato, la huida o el refugio en embajadas de los congresistas.
El lendakari José Antonio Aguirre juró en Guernica ante el árbol famoso, mientras sus acólitos pedían a gritos la independencia. Quiero destacar que en el archivo de la Casa de Juntas toda la documentación de siglos está redactada en castellano y que no hay ni un solo papel escrito en euskera.
El contraste, para mí al menos, escandaloso, fue el de una emisora de radio bilbaína transmitiendo por radio un sermón, mientras corría un río de sangre martirial en la zona roja y en el propio País Vasco (sólo en Vizcaya fueron martirizados 47 sacerdotes). Ello demuestra hasta qué punto una conciencia sacerdotal puede retorcerse quebrantando una jerarquía de Principios y Valores.
Ello también explica que un católico nacionalista, Irujo, fuera ministro del gobierno español rojo, y que gudaris católicos, con sus respectivos capellanes, estuvieran en las mismas trincheras con los milicianos anticatólicos del Partido Socialista, del Partido Comunista y de la Federación anarquista ibérica. Los gudaris, posponiendo la fe, luchaban por la futura independencia de Euskadi, que era lo más importante. Los milicianos luchaban por la Revolución, y para que la misma se impusiera toda colaboración era aceptable, aunque ello llevara consigo tolerar el culto y el desgajamiento y la separación del País Vasco, que los gudaris querían. Para unos, lo principal era la independencia. Para otros, la revolución.
El «no pasarán» y el cinturón defensivo de Bilbao no fueron obstáculos para el Ejército de liberación. Los requetés -miles de vascos fieles al auténtico carlismo-, en primera línea de combate, fueron acogidos con fervor patriótico y entusiasmo sin límites en ciudades y pueblos. Los gudaris, posiblemente con remordimiento de conciencia, no sólo se entregaron sin lucha, sino que, voluntariamente, se integraron en las unidades militares victoriosas.
II.- Los dirigentes del PNV y del Gobierno autónomo huyeron. Exiliarse era su deseo apasionado y vehemente. En Europa -especialmente en Francia- y en América -especialmente en Méjico y Venezuela- encontraron refugio, pero ni la derrota, ni el drama de España, cambiaron su tozudez en comprensión. En el exilio siguieron jugando la misma carta antiespañola.
En “Los papeles del general Vicente Rojo”, (Espasa Calpe, Madrid 1.989), jefe del Alto Estado Mayor del Ejército popular -pero español, en definitiva- se recogen los ataques, agravios e insultos que recibió de los separatistas, y que, de algún modo, contribuyeron a que solicitase, desde Bolivia, su regreso a España; regreso que Franco autorizó, indultándole, después de pronunciada la sentencia de muerte por un Consejo de Guerra. Ello hizo posible que en plena libertad muriese en su domicilio de Madrid, sin que nadie le molestara. He aquí -vais a permitirme que lo diga- la conducta sanguinaria de Franco -al que se califica de dictador sin conciencia- que así consideraba, respetaba y trataba a los que fueron sus más calificados enemigos.
El Partido Nacionalista estaba y está nutrido por la burguesía, y, quizá, por ello, tanto en el exilio como en el interior, su beligerancia contra el Régimen del 18 de julio fue puramente académica y verbal. En el interior, concurrían a las convocatorias más o menos clandestinas de grupos democristianos del Estado español, y aprovechaban reuniones de movimientos católicos de signo progresista, como las Conversaciones Católicas Internacionales, de San Sebastián, patrocinadas por Carlos de Santamaría, presidente de Pax Christi y consejero de Educación, en 1.978, del Consejo General Vasco, para manifestar su existencia. Por otra parte, esa burguesía vasco-separatista del interior maniobraba con cautela, porque la prosperidad económica del país, que permitía y favorecía su enriquecimiento, no podía ponerse en grave peligro. Los ideales, a veces, se debilitan con el bienestar.
Siendo esto así, se explica el nacimiento tanto de un abertzalismo de izquierda como del terrorismo. Es verdad que el primero, aunque con carácter minoritario, ya existía antes de la guerra. Recuerdo que, siendo niño, y estando en San Sebastián, antes de nuestra guerra, a un empresario, que hablaba con mi padre, le oí referirse a quienes pretendían un Euzkadi rojo. Me detengo aquí, porque la aparición de un marxismo abertzale supuso un cambio profundo en el diseño comunista. El marxismo español repudió el separatismo en términos muy duros. Estas son frases de Antonio de Zugazagoitia y Frías en su Panfleto antiseparatista en defensa de España, publicado en 1.932 (Compañía General de Artes Gráficas. Madrid).
«La revolución y la República se hallan subordinadas a España. Por encima de todo localismo y exclusión, acordémonos de España, ¡España sobre todo!
«(La) superchería del canallesco supuesto racial es una flagrante injusticia contra el provenir de España, contra el pueblo y contra la misma región.
«(Se) invita a la Revolución a acatar (el) mendaz comistrajo (de las) nacionalidades. «Al izquierdismo sólo debe interesarle el auge y la grandeza de España. Sea el lema del izquierdismo fomentar una formidable conciencia nacional».
Estas afirmaciones contundentes de uno de los más destacados socialistas españoles eran fruto de sus dotes de observador, porque ya detectaba -estamos en 1.932- el apoyo antinacional de las izquierdas a los separatistas. Lo denunciaba así con toda claridad:
«El socialismo puede elegir entre contestar a la piojosa reacción separatista, transigiendo cobardemente con ella o convocar para un frente social a la nación entera».
¡Qué de actualidad son las palabras de Zugazagoitia!, -escritas, repetimos, en 1.932-, cuando, después de las elecciones del 13 de mayo, de este año 2.001, se trata por el lendakari, en funciones, señor Ibarreche, de configurar un nuevo gobierno vasco: «Esperan los separatistas dividir la opinión del partido para conseguir, en su provecho, que sean favorables a este nuevo contubernio. Es de esperar un condigno fracaso si es que el partido socialista permanece fiel a sus principios».
También, antes de la guerra, el Partido Comunista quiso tomar postura, pero postura acertada, y consultó en 1.933 a Moscú. Ésta fue la respuesta: «no sólo podéis permitir el nacionalismo católico, sino que precisamente ese nacionalismo es el que debéis fomentar. Así conseguiremos dividir a los católicos profundamente para vencerles mejor y rebajar automáticamente el nivel religioso de los vascos».
El mismo apoyo al separatismo fue patrocinado por Maurín, dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista, que en su libro. La revolución española, publicado en 1.933, se preguntaba y contestaba a sí mismo:
«¿Puede el movimiento libertador nacional ser un refuerzo revolucionario? Sí. Pues en este caso hay que fomentarlo». Tal era la convicción de Trotski, su maestro, que defendió el derecho, no sólo de los vascos sino de los catalanes «a tener una vida independiente».
La decisión comunista, en sus dos vertientes, leninista y trotskista, concuerda con su línea táctica: lo que es útil para el partido es lo que prevalece y se impone; y al enfrentamiento de las clases había que añadir el enfrentamiento de las tierras. Por eso, se entrelazaban marxismo y separatismo en Herri Batasuna-Euskal-Herritarrok y ETA.
La pasividad del PNV, tanto en el interior como en el exilio, irritó a una parte de su juventud, que encontró apoyo en instituciones religiosas, especialmente seminarios y noviciados, que aprovecharon de manera innoble la actitud excesivamente respetuosa para con ellos del Régimen del 18 de Julio, a fin de formar grupos terroristas integrados en ETA. Tangencial a la Teología de la liberación de las clases marginadas y de los pueblos indígenas, fue la que yo me atrevo a calificar como Teología de la liberación de los pueblos, que hizo posible que vocaciones sacerdotales y religiosas se desviaran, sustituyendo la consagración y el servicio a la causa de Cristo, por la consagración y el servicio a la violencia armada, a la liberación -se decía y dice- de Euskadi, un pueblo colonizado por España y sometido por su Ejército de ocupación.
En 1.968 el terrorismo comenzó a actuar. José Pardines y Melitón Manzanas fueron las primeras víctimas. A nosotros, que ya luchábamos en Fuerza Nueva, y que, sin duda, providencialmente presentíamos lo que iba a ocurrir, no nos cogió por sorpresa. Con anticipación a esos brutales asesinatos, que conmovieron a la opinión pública, porque eran una espantosa novedad, enviamos al ministro del Ejército, el teniente general Camilo Menéndez Tolosa, copia de un folleto titulado “La insurrección de Euskadi”, en el que, tras un prólogo escrito en precioso castellano, se daban normas y se requería información que facilitase en pueblos y ciudades la actividad terrorista. Fue para mí muy triste la devolución del folleto con estas palabras del ministro: «Fantasías de un visionario». Lógicamente, me alarmó, y mucho, esta ignorancia oficialista. En las Academias militares se enseña que quien tiene la iniciativa -y en este caso la iniciativa era etarra- tiene las mayores posibilidades de victoria.
III.- La oposición al Régimen del 18 de julio, tanto del interior como del exterior, quiso ver en el terrorismo etarra, y así lo calificó en infinidad de ocasiones, algo perfectamente asumible y aprovechable en su lucha contra el franquismo. Si se repasa la prensa o los registros de emisiones radiales o televisivas de la época, podrá comprobarse -y no sin sorpresa- cómo la izquierda hizo causa común con los asesinos. Dirigentes cualificados de la oposición así lo daban a conocer más o menos explícitamente, y los abogados del PSOE los defendían ante los Tribunales de justicia. En las manifestaciones de protesta que se celebraban contra el Régimen, unos y otros marchaban juntos y abrazados, y las banderas separatistas -nunca la bandera de España, aunque sí la tricolor de la República- las presidían con tono retador. Felipe González, en Bilbao, en un mitin convocado por el Partido Socialista, terminó su discurso con el grito de «¡Gora Euskadi Askatuta!»
Hubo, por otro lado, a partir de 1.968 en que comenzó a actuar la banda terrorista, una colaboración explícita o implícita con ella de los hombres de Iglesia; y no sólo de los del País Vasco. Me refiero, claro es, a una época en la que estaba vigente el Concordato. Desde el caso Añoveros, obispo de Bilbao, y antiguo capellán de requetés, con su famosa homilía pro separatista, hasta monseñor Setién, obispo auxiliar, primero, y titular, más tarde, de la diócesis de San Sebastián, hay una permanente reiteración de homilías, declaraciones y gestos, que han conturbado la conciencia de muchos católicos. Las negativas a autorizar el procesamiento de sacerdotes implicados en actividades terroristas y las palabras del cardenal Tarancón por las que manifestaba que, como ya lo había hecho un presbítero vasco, él habría dado cobijo, igualmente, a un terrorista, revelan hasta qué punto estos hombres de Iglesia han coadyuvado, de algún modo, a la dialéctica criminal etarra.
No puede marginarse, al contemplar la actitud de la Iglesia vasca, su propuesta y ruego reiterado a Roma de tener una Conferencia episcopal propia y de formar, como dice Restituto Zorrilla, «un nuevo modelo de sacerdote: euskaldún, que hable euskera, (que proceda del seminario conflictivo) de Derio, (que se solidarice) con las reivindicaciones del pueblo y (sea) leal al grupo (eclesiástico) dominante (La Iglesia y la autonomía vasca).
Por otro lado, abolida por la Constitución la pena de muerte hubo que aplicarla en la lucha antiterrorista, aunque fuera con gravísimo quebranto de la legalidad. Se buscó para ello mercenarios y se financiaron las operaciones con cargo a lo que se llama vulgarmente fondo de reptiles. Como decía Fraga: «el mejor terrorista, el muerto». Al servicio de esta necesidad perentoria y urgente, el Gobierno de UCD organizó el Batallón Vasco-Español (pero infiltrando a algunos de sus miembros en nuestro partido para eludir responsabilidades) y el Gobierno del Partido Socialista organizó el GAL, como ha podido demostrarse con el procesamiento y condena (más o menos incumplida) de sus responsables.
Hicimos cuanto nos fue posible para mantener el alma española del País Vasco, y para que el pueblo español fuera consciente de que por la vía del terror trataba de conseguirse una independencia que, con vaselina dialéctica, no habían logrado los burgueses del Partido Nacionalista Vasco. Su presidente, Javier Arzallus, es un jesuita secularizado, e hijo de un carlista que había actuado de enlace entre el general Mola y los requetés de Guipúzcoa.
Con el fin apuntado. Fuerza Nueva convocó, ya en marcha el régimen actual, mítines que contaron con asistencias multitudinarias, en San Sebastián y en Bilbao. En San Sebastián y en el frontón Anoeta, fuimos tiroteados por los etarras, con los que tuvimos que enfrentamos. Hubo un despliegue de la policía nacional y de la Guardia Civil, con notables refuerzos por orden del señor Martín Villa, ministro del Interior. Más que para protegemos se trataba de vigilamos y de practicar detenciones. Entre multas y fianzas tuvimos que desembolsar 13.500.000 pesetas, la sanción más alta que se ha impuesto a un partido político que sólo pretendía decir que el País vasco es España. De alguna manera, los medios informativos soporte de la monarquía parlamentaria, en vez de elogiar nuestro españolismo y nuestro valor, al hacernos presentes en un campo en el que los etarras se movían con plena desenvoltura, nos increparon de mala manera y nos maltrataron dialécticamente. Un editorial, nada menos que de El País, órgano oficioso del Sistema, nos dedicaba estos piropos en su editorial del día 24 de mayo de 1.978: «La irrupción en la capital de Guipúzcoa de esas falanges de fanáticos agresivos para los que no hay más razón que la muy antigua fuerza de las pistolas y los garrotes parece una provocación autorizada».
El acto de Vitoria no pudo celebrarse. Violando la Constitución, el titular del Gobierno Civil de Álava, miembro de la UCD y antiguo falangista, el señor Jaquete, nos prohibió el acto que iba a celebrarse en el cine Guridi. Cedió ante las presiones conjuntas de nacionalistas y socialistas, que en comunicados de prensa se lo pidieron. La fuerza pública ocupó Vitoria. El cine donde nos íbamos a reunir cerró sus puertas. Los etarras nos tirotearon y para colmo, el gobernador nos impuso una multa de 500.000 pesetas.
En toda España convocamos manifestaciones antiterroristas. En Madrid, Fuerza Nueva pudo celebrar dos. ¿Quién se ha acordado de ellas al convocarse otras, mucho después, por el Gobierno del Partido Popular? Las manifestaciones de Madrid tuvieron lugar el 21 de octubre de 1.977 y el 3 de noviembre de 1.978. La concurrencia, multitudinaria. Según datos oficiales, en una, más de 500.000 personas. En otra, 650.000. Desde la calle Núñez de Balboa, donde se hallaba nuestra Sede, hasta la Plaza de Roma, es decir, más de tres kilómetros llenos de gente apelmazada e indignada. Hubo un clamor colectivo de rechazo a los terroristas, pero también una proclamación sin ambigüedades de la unidad de España. Y ello, sin ayuda oficial, sin medios apenas, sin anuncios reiterados en la televisión. Pero el terrorismo, condenable en todo caso, no había sido terrorismo -se decía entonces- sino lucha armada por la libertad, y los terroristas, como los asesinos del almirante Carrero Blanco, eran auténticos héroes que dieron su vida combatiendo a la dictadura. ¿Acaso esos terroristas no fueron indultados por el Gobierno de la monarquía parlamentaria, con el aplauso unánime de los diputados, que puestos en pie subrayaban su decisión para que la violencia callase?
Hasta qué punto se coordinaron los etarras con quienes en el esquema oficialista del franquismo preparaban la transición política, se prueba con el comportamiento del entonces coronel Sáenz de Santamaría, jefe del Estado Mayor de la Dirección General de la Guardia Civil, cuando fue asesinado el almirante. La orden del teniente general Carlos Iniesta que obligaba al cierre de fronteras, puertos y aeropuertos, para evitar la fuga de los asesinos, no se cursó nunca. El señor Sáenz de Santamaría -así lo ha confesado, y así lo recojo en mi libro Escrito para la Historia- que debía transmitirla, se la guardó en el bolsillo, facilitando así la huida de los criminales.
Es curioso que, con notable retraso, el ex ministro Barrionuevo haya confesado que la colaboración del socialismo con los etarras fue un error, y también es curioso que, desde el campo del PNV, Fernández Etxeberría haya escrito esto en Euskadi, patria de los vascos: «nuestros nietos nos reprocharán un día haber hecho la guerra al lado de la II República española».
La transición política y el Régimen diseñado por la Constitución han cometido dos errores gravísimos que persisten en el tiempo, y que son cada día de más difícil corrección, a saber, un error de filosofía política, que le ha llevado a contradicciones en el texto constitucional, y un error de táctica, que ha conducido a comportamientos también contradictorios con el terrorismo.
Error de filosofía política, porque en primer término es prácticamente inviable una nación de nacionalidades provistas de Estatutos, que permiten llegar al poder a quienes aspiran a la ruptura con la nación, como está demostrando la práctica, y, en segundo lugar, porque no se concilia la política del gobierno de la nación, con un signo ideológico determinado, con la de unos gobiernos de las regiones o nacionalidades, de signo ideológico distinto. Esta rivalidad inmanente y en ejercicio no es garantía ni de entendimiento, ni de colaboración, ni de paz.
Por otra parte, quienes han de gobernar deben tener a la vista no sólo los esquemas teóricos que se elaboran en un despacho, sino el talante y la idiosincrasia de los pueblos a que han de aplicarse esos esquemas. Pues bien, nuestro pueblo, el pueblo español, que tiene grandes virtudes, pero también sus defectos, no es, por naturaleza, y por razones históricas, un pueblo disciplinado que obedece con facilidad y que acata sin reparos al superior. Nuestra gente es -incluso presumiendo de lo contrario- un pueblo individualista, -y hasta ácrata en muchos casos- que en momentos de exaltación grita que hace esto o aquello porque le da la realísima gana. Favorecer la fuerza centrífuga disgregadora y no la fuerza centrípeta que impide esa disgregación atomizante, como la de los reinos de taifas o los cantones de la primera República, supone una negación o desconocimiento del modo de ser de un pueblo al que se gobierna o trata de gobernar.
Por esta y otras razones, nosotros nos opusimos radicalmente al Estado de las Autonomías -que no es lo mismo que una descentralización de carácter administrativo- y en el Congreso argumentamos reiteradamente contra ellos y, por tanto, contra el Estatuto de Guernica. Yo fui el único diputado que votó en contra del mismo.
Llegada la transición política el comportamiento del PNV fue de una absoluta coherencia: ninguno de sus miembros formó parte de la Comisión encargada de redactar la Constitución, y no la votó porque no podía suscribir -no sintiéndose un partido español- que España, a la que formalmente pertenecían sus militantes, era indivisible; pero votaron a favor del Estatuto, en el que prescindiendo ya del tema de España, conseguirían el gobierno de la «nacionalidad histórica», con atribuciones de toda índole que le permitían fortalecer el separatismo con medios e instrumentación oficial que antes les faltaba. Tenían, además, el escudo protector de los partidos que a nivel de Estado -tanto de derecha, de centro o de izquierda-, sustentaban al nuevo Régimen. Nadie puede negar la presencia en las Consejerías autónomas de socialistas y ucedistas, y nadie puede ignorar tampoco que la política del peldaño, del trampolín y de los mínimos aspiraba y aspira a superar el esquema estatutario, que, se afirma, se quedó obsoleto para el nacionalismo, ya que pretende la independencia y la soberanía. Así lo han proclamado los presidentes de los tres partidos nacionalistas, en España y fuera de España, e incluso ante el Rey, con violación evidente del texto constitucional y sin que el Gobierno, ni los tribunales de justicia hayan intervenido, ni el Rey se ausentase.
¿Y cómo iban a intervenir si para muchas personalidades del Régimen, a pesar de la Constitución, era evidente, como dijo en Pamplona el socialista Gregorio Peces Barba, que fue presidente del Congreso -hoy rector de la Universidad Carlos III- «las posiciones independentistas caben dentro de la Constitución (y se pueden defender) dentro de las reglas del juego»?
Y no se diga que hubo silencio y omisión por parte de quienes habían combatido al franquismo. Hubo advertencia de cara al anteproyecto de Constitución. Julián Marías escribió en La Estrella de Panamá, de 21 de marzo de 1.978: «El anteproyecto no tiene enmienda (de tal modo que) si el Congreso tiene instinto de conservación del país, de la democracia (y) de su propia función, deberá rechazar la totalidad y empezar de nuevo. No importa haber perdido seis meses. Lo que importa es perder uno o dos siglos de nuestra historia futura».
Desde el campo socialista, un diputado de este partido, Eusebio Gastón, tuvo la valentía de calificar así el anteproyecto: «cualquier cosa se podía perdonar al gobierno de S.M., menos ésta de destrozar a España. Los políticos españoles quieren que España desaparezca, quieren matar a España».
La proclamación de la soberanía popular como principio absoluto de un Sistema político, tal y como ha consagrado la Constitución del 6 de diciembre de 1.978, equivale a decir que la unidad y la indisolubilidad de España, que la misma Constitución predica, se mantendrá mientras la voluntad soberana del pueblo no decida otra cosa; lo que ratifica, con respecto al caso que nos ocupa, su Disposición adicional primera -tan alegada por el separatismo- conforme a la cual el régimen autonómico puede actualizarse.
Para mí, es un axioma que la Constitución debe ser, en todo caso, para España y no España para la Constitución. España queda así, despreciando el voto de una Historia de siglos, a merced de una mayoría parlamentaria. Por eso, el 18 de mayo de 1.978 dije lo siguiente: «Hacer una Constitución para lo que está llamado a desaparecer, sería tanto como confeccionar un vestido para un cadáver o para un enfermo de gravedad condenado a muerte. Pero a los muertos no se les confeccionan vestidos sino mortajas, y para los pueblos que han dejado de existir por falta de vitalidad interna, no se elaboran Constituciones, sino que explícita o tácitamente se subscribe una dimisión histórica».
El segundo gravísimo error, es decir, el error táctico, se refiere a la postura adoptada, tanto por lo que, para entendemos, podríamos llamar el nacionalismo civilizado como por los partidos mayoritarios del Régimen, a saber, el Partido Socialista y el Partido Popular, en el que se han dado cita el partido de Fraga y el de Suárez.
La política de ambos partidos -patente signo de debilidad- puede calificarse de concesionista y entreguista, puesta de relieve en negociaciones con ETA, desde las celebradas en Argelia hasta las autorizadas y hasta ordenadas por el señor Aznar, pasando por las que quiso Txiki Benegas, en 1.978, siendo titular de la consejería de Interior del Consejo General vasco, y en las que intervino el periodista José María Portell, luego asesinado por ETA, el 28 de junio de ese mismo año. Todos ellos han colocado al mismo nivel al Estado español, que debe estar al servicio del bien común, y a la banda terrorista, o lo que es lo mismo, para entendernos, al juez y al asesino. La absolución de quienes insultaron al Rey en la Casa de Juntas de Guernica; la liberación, más que prematura, de la Mesa Nacional de Herri Batasuna; la pensión acordada para el señor Idígoras; la rectificación de la política penitenciaria, con el acercamiento de presos y acortamiento de las penas; las insinuaciones de procesamientos, no realizadas, por apología del terrorismo; la puesta gratuita de aviones para los criminales que se exiliaron a algunos países de Hispanoamérica, con dietas, por añadidura, no han hecho otra cosa que envalentonar y fortalecer el terrorismo.
He aquí una relación, no exhaustiva, presentada por García Damborenea, del resultado de las concesiones hechas al terrorismo separatista por los gobiernos de la UCD y del PSOE:
En 1.977 fueron la ikurriña y la amnistía, pero no se logró nada. (12 muertos)
En 1.978 era la Constitución, como hito que clausuraba el franquismo. (65 muertos)
En 1.979 confiamos en la fuerza pacificadora del Estatuto de Autonomía y seguimos bañados en sangre. (78 muertos)
En 1.980 todas las esperanzas se colgaron del Gobierno vasco bajo la dirección del PNV. (96 muertos)
Desde entonces, hemos acumulado 105 muertos más.
Hasta 1.982 se mantuvo la esperanza de que el PNV pudiera representar un paraguas protector eficaz contra los terroristas. El cierre de Lemóniz clarificó las cosas para la Banca y la gran burguesía. El pago del tributo por miembros del PNV, y los secuestros de componentes de la familia nacionalista han generalizado la desconfianza. El PNV no tranquiliza a nadie.
Arturo Careaga Fontecha, en un artículo publicado en ABC, del día 25 de abril de 1.988 (Del pacto de Ajuria-Enea a la propuesta de Ardanza), refiriéndose a la misma política de concesiones del Partido Popular, la calificaba de «atentatoria a la unidad de la Nación», agregando que «en los 13 años del anterior gobierno (socialista) habían sido rechazadas». Las enumeraba así:
«Retirada de gobernadores civiles; control de los puertos de interés general y de las empresas nacionales radicadas en el País vasco, entrega al PNV de los «batzokis», que le fueron incautados durante la guerra (o de su valor actual), incluso del palacete de la Avenida Marceau de Paris, porque los tribunales franceses, en tiempos de Franco, rechazaron su reclamación por el PNV; cesión de los impuestos especiales que estaban en el Estatuto excluidos del concierto económico; el INEM; la participación directa del gobierno vasco en la Unión Europea. Se van así -concluye Careaga- arrancando retazos de la soberanía nacional y la presencia y realidad del Estado se van difuminando en el País vasco».
«Resulta aterradora -añade- la debilidad y falta de autoridad del Gobierno de la nación, que, al presidente de una Comunidad Autónoma, representante en ella del Estado, se le permita que en el canal 5 de TV francesa, el 3 de julio de 1.997, dijera que Euskadi se separará un día de España, constituyéndose en República independiente, pronunciándose así contra la unidad de España en que la Constitución se fundamenta».
Con cuánta razón, Ricardo García Damborenea, que fue secretario general del PSOE vasco, ha escrito: «mientras persista la intención de comprar el derecho a vivir en paz, continuaremos a merced del mercader (que la vende)» (“La encrucijada vasca”. Editorial Arcos Vergara S.A. Barcelona 1.985, 3ª edición) y la vende, si, como exige la alternativa KAS, «se reconoce la soberanía nacional de Euskadi, así como su derecho a la autodeterminación y a la creación de un Estado propio e independiente». ¿Y es esa mercancía infame, se pregunta José Luis Gordillo Coucier, la que hemos de dar como trueque, para la desaparición de ETA? (Revista Círculo Ahumada, nº 2.001)
El miedo -que difícilmente vigoriza para la lucha- explica que Suárez, y no la UCD del País vasco, se entendiera con el PNV, y que el PSOE, como el propio Damborenea reconoce, «asumiera los símbolos y la iconografía nacionalista apoyando al PNV en sus reivindicaciones y dando la impresión de parecer unos nacionalistas pasados por agua». «Si a la historia le gusta reírse, nosotros (los socialistas) le hemos dado motivo para ello»
La fuente de la situación actual, verdaderamente dramática, pero previsible, se halla, como hemos tratado de demostrar, en una filosofía y en una táctica erróneas. El terrorismo sigue, y no es la política claudicante de los partidos del Sistema la que puede terminar con el mismo. Al contrario, el terrorismo se crece al amparo de un nacionalismo separatista, compartido por el PNV y EA. Ese nacionalismo separatista, común a unos y otros, nutre y estimula al gudari-militante de ETA, que amenaza, extorsiona, secuestra y mata. El terrorista no se considera un criminal, sino un combatiente, que no tiene piedad con los que considera sus enemigos, y un voluntario en una guerra revolucionaria contra el imperialismo español que profana y expolia la tierra vasca.
El Sistema, y sus partidos, que ensalzaban a los terroristas como combatientes por la libertad y contra la dictadura de Franco, y que de un modo u otro coadyubaban con ellos, han podido comprobar, cuando caen populares y socialistas victimados por esa violencia -que iban a reducir al silencio-, que el objetivo etarra no era Franco ni los que eran leales al mismo, sino España, aunque el franquismo desapareciera.
No es verdad que el terrorista, como se dice, mate a un antifranquista por serlo, mata, simple y llanamente a españoles, sean o no franquistas o antifranquistas y pertenezcan o no a un partido. El antifranquismo no es razón suficiente para impedir el asesinato. Decir de la víctima que ha muerto por la Constitución y el Estatuto es una falacia, un encubrimiento caprichoso y sectario, que no corresponde a la verdad, como no lo es el calificativo de fascistas que se imputa a los asesinos para confundir y engañar a la opinión.
Podría detenerme en el examen del Pacto de Ajuria-Enea, que ratificó el Tratado de Madrid, y que no ha servido para nada, como en la propuesta de Ardanza, siendo «lendakari», para la «normalización y pacificación de Euskadi», de 16 de enero de 1.998, en el que se hacían, entre otros, estas gravísimas afirmaciones: 1) «que la aceptación del régimen de autonomía no implica renuncia del pueblo vasco a los derechos que como tal le hubieran correspondido en virtud de su historia y que podrían ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el orden jurídico» y 2) «no es razonable pensar que ETA vaya a abandonar lo que ellos viven como treinta años de lucha y sufrimiento a cambio de nada (es decir, de la aceptación) del «statu quo», constitucional y estatutario (pues ello lo considerarían) como una derrota política». Por eso, en el diálogo, «no puede aceptarse como condición previa (que no se reconozca) el derecho, no al autogobierno sino a la autodeterminación» (es decir, a la independencia).
No voy a extenderme más, ni sobre el Pacto de Ajuria-Enea ni sobre la propuesta de Ardanza. Tampoco lo voy a hacer sobre el Pacto de Estella (o de Lizarra), al que se sumó -a pesar de la frase de Carrillo: «Estatutos sí, desmembración de España no»- Izquierda Unida, y que entiendo fue una conclusión lógica de la coincidencia de dos tácticas abertzales: la que legitima el fin (la independencia) con la licitud democrática de los medios, y la que legitima los medios (el asesinato y la violencia) para lograr la ruptura. En última instancia, el objetivo es idéntico, aunque la forma de conseguirlo es diferente.
Me fijo en la tregua unilateral de ETA, de 1.998. La satisfacción fue unánime. Algunos mutilados, víctimas del terrorismo, aparecieron en la pantalla de la televisión mostrando su alegría, y el Gobierno, aunque cautelarmente, también hizo pública su satisfacción.
Pero ni los victimados ni el Gobierno denunciaron que la tregua no era más que una maniobra de ETA para reorganizarse y fortalecerse desde el punto de vista militar y económico, y que, además, como tuve ocasión de decir en la plaza madrileña de Oriente, el 22 de noviembre de 1.998, en el acto conmemorativo del fusilamiento de José Antonio y de la muerte de Franco, que de la lectura del documento suscrito por los terroristas no podía concluirse que estábamos ante una tregua y sino más bien ante un ultimátum, que podía resumirse así :»Si me dais la independencia dejo de matar”. “Si no me la dais volveré a matar». Así de sencillo.
Si la tregua-ultimátum se declaró unilateralmente, unilateralmente se rompió. ¿Cuántos asesinatos, extorsiones, violencia y amenazas no ha habido desde entonces? ¿Acaso la dinamita robada en depósitos franceses, y de la que ETA, reforzada su infraestructura en territorio galo, ha podido sin dificultad apoderarse, no la ha hecho más agresiva y eficiente? La respuesta al terrorismo por parte del Gobierno no ha sido, en un Estado de Derecho -para defender la vida y la hacienda de los ciudadanos-, apelar a los artículos 55 y 116 de la Constitución, que para ello prevén los estados de alarma, excepción y de sitio, sino a notas de protesta, minutos de silencio, lazos azules y manifestaciones populares en los que quienes asisten llevan, entre manos pintadas de blanco, pan-; cartas contra el fascismo de ETA. ¡Nada más irrisorio e ineficaz!
IV. Las elecciones vascas del 13 de mayo
En este clima de miedo, y ante la ingobernabilidad del País Vasco, fueron convocadas las elecciones del pasado 13 de mayo. Los dos grandes partidos del Sistema, el socialista y el popular, que suscribieron un pacto antiterrorista, que, como era de suponer, no ha servido para nada, porque el terrorismo sigue, pedían un cambio político y pretendían que el nacionalismo del PNV y el de Eusko Alkartasuna pasaran a la oposición. Este propósito tenía como estímulo un deseo de supervivencia, porque populares y socialistas eran, como hemos dicho, asesinados por los etarras. Una propaganda intensa a través de todos los medios de comunicación: prensa, radio y pantallas televisivas, divulgando libros, haciendo entrevistas, celebrando coloquios y recordando escenas espeluznantes no fueron suficientes. Veinticinco años de prepotencia nacionalista y de inoculación del odio contra España lo evitaron y, con decepción clarísima del socialismo y de los populares, los nacionalistas tienen, unidos, 40 diputados, y los no nacionalistas 35, contando, que es mucho contar, con los 3 diputados de Izquierda Unida. El descenso clarísimo de lo que fuera HB es innegable, pero también es innegable que sólo se trata de un traspaso de votos a la coalición nacionalista encabezada por el PNV.
El «lendakari», señor Ibarreche, marioneta de Arzallus, trata de formar un gobierno estable. Ha manifestado que no pactará con Euskal Herritarrok, y es evidente que trata de incorporar a los socialistas -a los que está invitando a romper vínculos con los populares- a la tarea de gobierno. Me consta que en el partido socialista no hay una opinión unánime y que, a juzgar por lo que ha dicho en un mitin Felipe González, esta participación, y pese a todas las afirmaciones en sentido contrario de Rodríguez Zapatero, es posible, como es posible una colaboración, o por lo menos, un voto favorable a Ibarreche en la sesión de investidura.
Cualquiera de las soluciones que se propongan y acepten serán lesivas para el País Vasco y, lógicamente, para España., porque si la coalición PNV-EA pacta con el PSOE, que es constitucionalista, ETA, y su cobertura legal, se consideraran traicionados por aquélla, y en función del préstamo de votos que les han hecho para conseguir la independencia seguirán amenazando, exigiendo el impuesto revolucionario, practicando la violencia y asesinando; y no sólo a socialistas y populares, sino -como ya han comenzado- a los nacionalistas que consideren traidores. El anuncio de Arzallus de retirarse de la política es un indicio orientador de lo que puede suceder.
Si el planteamiento de un problema es falso, o no tiene solución, o la solución que se da al mismo es también falsa. Por eso, a partir del actual Sistema político, la solución no existe. Para ello sería necesario una filosofía política y un comportamiento táctico diferentes, lo que, de producirse, implicaría otro Sistema, al que los demócratas liberales y los socialistas se oponen, aunque ello conlleve la autodestrucción de España. Para ellos, no es España lo que importa, sino la Constitución y el Estatuto.
La experiencia -estoy convencido- es algo muy personal y, de hecho, intransferible. Políticos y escritores muy destacados, y muy lejos ideológicamente de mi pensamiento, han dado a conocer su propia experiencia, por cierto, no escuchada.
Así, José María Gil Robles, escribía en The Universe, del 22 de julio de 1.937, que los intereses del separatismo vasco están por encima de los de la Cristiandad, (y por ello) hicieron causa común con los comunistas, incendiarios de iglesias, asesinos de obispos, sacerdotes y religiosos y profanadores de cosas santas».
Salvador de Madariaga, antifranquista visceral, manifestó: «¿Cómo va una generación a echar por la borda a las 30 o 40 generaciones que le han precedido (lo que equivale a decir) que las mismas, que se sabían y sentían españolas, se equivocaron? Ni en el tiempo ni en el espacio puede admitir España un plebiscito sobre la nacionalidad «.
Manuel Azaña, tan admirado por José María Aznar, y presidente de la II República, en plena guerra, ante el comportamiento de los nacionalistas vascos, se atrevió a dejar este mensaje: «Yo no he sido nunca lo que llaman españolista y patriotero, pero si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco». (Femando Diaz Plaja. “Otra historia de España”, Edit. Plaza y Janés. Barcelona 1.973, pág. 598)
El señor Tarradellas, que fue consejero del Gobierno de la Generalidad de Cataluña, presidido por Companys, e iniciada la transición, presidente, elegido a dedo, de esa misma Generalidad preautonómica, manifestó en marzo de 1.980 que las autonomías «no constituyen una solución para España», que él intentó, sin conseguirlo, un pacto entre el Gobierno y ETA, y que tal y como estaban las cosas, «se presenta como inevitable una intervención militar»
Don José Ortega y Gasset hizo el siguiente diagnóstico en el Congreso de los Diputados, el 13 de mayo de 1.935: «La solución del nacionalismo no es cuestión de una ley, ni de dos leyes, ni siquiera de un Estatuto. El nacionalismo requiere un alto tratamiento histórico. Los nacionalismos sólo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado, en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse, porque la fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos; un Estado en buena ventura, los desnutre y los reabsorbe».
No sería leal a mí mismo si no diera fin a mis palabras de esta noche citando a Onésimo Redondo, a Ramiro Ledesma Ramos y a José Antonio.
Onésimo pedía «una lucha implacable, hasta la extirpación, contra los mentores y secuaces de cualquier separatismo territorial, sin perjuicio de admitir libertades regionales, administrativas o jurídicas que no contradigan la unidad política de España».
Ramiro, en su Discurso a las juventudes de España, puso el dedo en la llaga al escribir: «La defensa de la unidad de España no puede obedecer sólo al deseo de impedir que un pueblo se fraccione y desaparezca, es decir, muera, lo que desde luego es un espectáculo angustioso para cualquier patriota, sino que (es) algo que si no tenemos y poseemos nos reduce a una categoría humana despreciable, inferior y vergonzosa. De ahí, que la unidad no sea una consigna conservadora, a la defensiva, sino una consigna revolucionaria, de hoy y de mañana».
Por último, José Antonio, en el Parlamento republicano, dijo el 28 de febrero de 1.934: «Lo que a los pueblos convierte en naciones no son tales o cuales características de raza, de lengua o de clima (sino) haber cumplido una empresa universal. El pueblo vasco ha sido nación cuando estaba indestructiblemente unido a España. La misión de España es socorrer al pueblo vasco para librarlo de sus peores tutores, impidiendo que se deje arrastrar por una propaganda nacionalista».
«Si el País vasco se separara e independizase de España -alertó José Antonio-, verán cómo les castiga el Dios de las Batallas y de las navegaciones (pues a Dios) ofende, como el suicidio, la destrucción de las fuertes y bellas unidades». (FE, 1 de diciembre de 1.933)