CONCENTRACIÓN CONTRA EL ABORTO
Convocada por «España Cristiana»
Plaza de Lima 4 de julio de 1.985
Como españoles que por amor a España queremos servirla, y, sirviéndola, que continúe fiel a su Historia y a su vocación; como cristianos, que no queremos ocultar nuestra fe en las sacristías o en los templos, sino dar testimonio público de ella, confesándola abiertamente, cuando abiertamente se ataca a los dogmas que nuestro Credo proclama, nos hemos congregado aquí, con la doble condición de cristianos y de españoles, para manifestar nuestra indignación, nuestra repulsa y nuestra protesta apasionada, contra la blasfemia que supone la proyección de la película «Yo te saludo, María», y contra el crimen que supone la despenalización legalizadora del aborto.
Ambas ofensas, en última instancia, no son más que una ofensa a la Vida, y a la Vida con mayúscula, por parte de la falsa civilización de la muerte, que, diabolizada en su espíritu, aspira a su destrucción y aniquilamiento.
«Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente», decía Juan Pablo II, en este lugar, el 2 de noviembre de 1.982. Pues bien, la respuesta del poder político al poder espiritual que el Papa representa, ha sido la legitimación del aborto, que deja indefensa a la persona humana más inocente, «a la persona humana ya concebida, aunque todavía no nacida». Con ello, quienes, en el ejercicio del poder político, cualquiera que sea su jerarquía o rango, han contribuido o contribuyan a legitimar la muerte del concebido y no nacido, cometen -y me atengo a las palabras literales del Vicario de Cristo- «una gravísima violación del orden moral», pisoteando «la dignidad del hombre (y) de sus derechos fundamentales».
«Tierra de María» llamó a España Juan Pablo II, al despedirse de nosotros el 9 de noviembre de 1.982; y tierra de María, no sólo porque todas las tierras de España cuentan con la mirada maternal de la Señora, desde la jornada milagrosa del Pilar, en la que España nace, sino porque el pueblo español ha sabido corresponder a esa mirada protectora con otra mirada colectiva y filial, a través de miles de advocaciones bellísimas y de su devoción antigua a la Señora.
La afirmación, sin dudas ni reservas, de la virginidad de María -y continúo al hilo de las palabras de Juan Pablo II-, fue la primera gran afirmación mariana española, hasta el punto que cuando entre nosotros se habla de la Virgen, está claro que se habla de María.
La segunda afirmación mariana española se produjo en torno al misterio único de su Concepción Inmaculada y a su vida, toda inmaculada también, traspasada de pureza e impregnada del aroma de la castidad. Desde la Inmaculada de Murillo y los votos de nuestras Universidades clásicas hasta el clamor de los fieles que pedían la declaración del dogma, hay un permanente itinerario popular de intuición mariológica y de «sensus fidei».
La tercera afirmación mariana española se produjo con la «Salve», esa oración compañera del «Ángelus» y del «Ave María», en la que se mezclan, con los versículos de una letanía elemental y simple, la llamada y el suspiro, la petición y el ruego.
Pues bien; en España, tierra de María, el poder político responde admitiendo, autorizando, y protegiendo después con la fuerza pública, la ofensa, larga y múltiple, a la Señora, en su virginidad, en su pureza inmaculada y en su «gratia plena», que significa cada proyección realizada.
Ha sido el Papa el que ha condenado la película. Ha sido el Papa el que ha presidido y dirigido un acto público de desagravio a la Madre. Ha sido el Papa el que ha conseguido que la película blasfema se prohíba en Italia. Ha sido el Papa, estimulando a la Iglesia, el que ha logrado que la película no se proyecte en Alemania. Y somos nosotros, los que fieles a la voz del Papa, hemos pedido y seguiremos pidiendo que se retire la película en España, la «tierra de María».
¿Qué hubiera sucedido si en una película apareciese, desnuda y ofendida gravemente en su intimidad y en su honor, la madre del jefe del Estado o la del jefe del Gobierno? ¿Se seguiría proyectando la película? Pues bien, con todos los respetos debidos, la Madre de Dios, Madre de los hombres y Madre de la Iglesia, la Virgen, la Inmaculada, la Señora, por ser Madre del Señor, como decía nuestro San Ildefonso, es más, mucho más, muchísimo más, que la madre del jefe del Estado y la madre del jefe del Gobierno. Por eso, si una película que las llenase de lodo, indudablemente y lógicamente, se prohibiría, desde nuestra fe, que sangra por la blasfemia, y con harta razón, pedimos al Rey y al jefe del Gobierno que, aunque no sea más que por el respeto y el amor que tienen a sus madres, prohíban un insulto que no pueden tolerar el respeto y el amor que profesamos a la nuestra.
¿Cómo no se iba a atacar a la Madre de los vivientes, a la Madre de Cristo, que es la Vida, si se ataca a la vida de los hijos más pequeños, imágenes minúsculas no alumbradas, pero verdaderas, del Dios vivo?
Aquí estamos, Señora, para dar testimonio. A veces, la no resistencia se identifica en términos absolutos con la caridad. A veces, la cobardía se disfraza de prudencia. A veces, la comodidad o el egoísmo se encubren o pretenden encubrirse acusando de locos o intemperantes a los que no esconden su fe. Pero Cristo negará a los que guardaron esa fe en el bolsillo, como un pañuelo, y no la confesaron, alzándola y enarbolándola, en el momento difícil y peligroso, como una bandera.
En cualquier caso, los que aquí hoy nos hemos reunido, tenemos la conciencia tranquila, y depositamos, en la Señora, en su Corazón y en sus manos maternales, el presente y el futuro de España y de la Iglesia.
¡»Mater Ecclesiae»! Ruega por la Iglesia. ¡»Regina hispaniarum gentium»! Ruega por España.